Por Álvaro Bisama, escritor Septiembre 3, 2014

La novela de la dictadura es la gran ballena blanca de la literatura chilena. Aunque también puede que esa persecución sea la sombra de un fantasma de muchos rostros: el de la complejidad del relato de nuestra memoria reciente, el de la tensión eléctrica que hay en Chile entre arte y política. Gente mala, la primera novela de Juan Cristóbal Guarello, es, en este contexto, un aporte a un tema donde cabe tanto el candor de un Francisco Rivas (Todos los días un circo) o la experimentación de Diamela Eltit (Lumpérica). Ahí, Guarello encuentra su lugar, que es violento, original e incómodo.

Construida a partir del caso real del secuestro y asesinato de Rodrigo Anfruns, estamos ante un policial durísimo, narrado desde la vereda de los agentes y los torturadores. Aquello permite que el libro sea un ajuste de cuentas con la memoria de una generación. Novela eminentemente masculina; en Gente mala se habla de autos, alcohol, cigarrillos y de armas, se habla de mujeres. Con esto, alude al paisaje y a las obsesiones de los varones chilenos de mediana edad de fines de la década del 70, en medio de la dictadura. Está en ella el peso atroz de atar todos esos referentes a una violencia cotidiana, a la puesta en práctica del abuso como lenguaje y código cultural. Eso hace que Gente mala no sea una novela agradable, ni consoladora. El racconto acá evoca más el asco que la nostalgia.

Ahí, la precisión del detalle sólo amplía el horror, anotando la ferocidad de un mundo cotidiano construido a partir de la ausencia de belleza y compasión. Finalmente, estamos ante un libro sobre lo que repta tras los pactos de la identidad que nos felicitamos de haber asumido y escrito, sobre lo que se arrastra tras la lengua y vuelve como una marea podrida, como las biografías de esos hombres huecos de los que hablaba T.S. Eliot hace tanto tiempo, porque -paradójicamente- se trata de una literatura del presente, veloz e insoslayable. En la literatura chilena, tan habituada a construirse como una colección domesticada de clichés y lugares previamente asignados, aquello es, antes que nada, importante y urgente.

Lo anterior, antes que construir una épica, se vuelve una tragedia. O una comedia negrísima: una comedia cuyo centro es el secuestro y el asesinato de un niño, lo que la vuelve atroz, pero también única. Tal y como sucede en la novela, que hace un paralelo entre el crimen del niño y la operación “Retiro de televisores”: un cuerpo que es capaz de simbolizar otros cuerpos pues Gente mala es una novela sobre los que ejercen el poder, sobre sus pobres fantasías sexuales, sobre lo estéril de sus deseos. En el libro, la dictadura no existe sólo como trama sino también como registro de lo nimio. De este modo, Gente mala es una reflexión sobre el aburrimiento como una máscara del horror, sobre la tensa espera de que la violencia del crimen se despliegue hasta devorar la trama, lanzando al lector al pozo sin fondo de un Chile que no quiere mirar, como si la memoria fuese algo parecido a un abismo o un espejo.

“Gente mala”, de J. C. Guarello. $14.000.

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