Por Marcela Escobar Septiembre 3, 2014

Sucede que detrás de aquellos hombres que se han convertido en emblema, existe una línea de personajes secundarios que ofician de Sancho Panza y cuyo testimonio no hace otra cosa que revelar detalles -mínimos, domésticos- que enaltecen todavía más la vida del símbolo. Es eso lo que ocurre en el libro Mandela: mi prisionero, mi amigo (Planeta), un retrato del fallecido líder anti-apartheid escrito por Christo Brand, el carcelero de quien fuera, durante muchísimos años, el hombre más peligroso de Sudáfrica.

Brand fue un blanco afrikáner que creció en una granja, desconociendo el sistema político que dividía a su país. Sus padres le inculcaron el respeto por el otro sin distingos de raza. A los 19, y sin mejor opción, se convirtió en carcelero. Fue entonces cuando le dijeron que cuidaría de terroristas que querían desestabilizar el país. Fue entonces cuando conoció a Mandela. El relato de esos años en los que construyó con él una amistad estrecha, suma detalles sobre la disciplina personal del líder, cuarenta años mayor que Christo. Su rutina de ejercicios, las preguntas acerca de su familia y estudios, ese tono paternal, la huerta en la que cultivaba alimentos para mejorar lo que comía en la cárcel y, especialmente, aquel trato deferente que hacía olvidar a ambos los calabozos de la cárcel de la isla Robben, arman una semblanza entrañable, honesta, de quien parece haber sido no sólo un hombre bueno, sino que alguien difícil de olvidar.

“Mandela: mi prisionero, mi amigo”. A $12.900.

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