Por Diego Zúñiga Julio 15, 2014

La felicidad de la infancia en Quebec, o la vida escolar en Estados Unidos rodeado de jóvenes que practican el fútbol americano: la vida cotidiana de un adolescente que crece en Norteamérica durante los 70 y 80, un chileno, Rodrigo Rojas De Negri, un joven exiliado que fotografía esta realidad, pero sin dejar de pensar en su país, que está bajo una dictadura. Registra lo que tiene cerca: sus amigos, alguna marcha antirracista, la mirada adolescente que luego tendrá que volverse adulta de golpe, cuando regrese a Chile, con 19 años, en 1986, y se encuentre con las protestas, con la calle, con la violencia que lo envolverá pocos meses después de su llegada: una patrulla de Carabineros que rocía su cuerpo con combustible y luego lo quema vivo, junto a Carmen Gloria Quintana. Esa imagen se volverá un ícono de la violencia de la dictadura, y hará que el nombre de Rodrigo Rojas De Negri se transforme en un recuerdo inevitable de ese terror. El problema es que esa imagen, también, hará que olvidemos que Rojas De Negri fue un fotógrafo talentoso y precoz, un joven que decidió no esquivar su tiempo, su época. Por eso la publicación de Un exilio sin retorno (LOM Ediciones), libro que recopila gran parte de su trabajo fotográfico, es importante. Porque vuelve a resignificar su trabajo fotográfico y a recordarnos su vida previa. La obsesión de un joven por fotografiar lo que lo rodeaba, por viajar a Chile para dejar registro de un país que salía a la calle a protestar. Parte de ese registro está en estas páginas: imágenes fugaces y urgentes, absolutamente necesarias.

“Un exilio sin retorno”, de Rodrigo Rojas De Negri. $ 9.000.

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