Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Julio 15, 2014

Sucede cada tanto: una novela que, más que indagar en el pasado, se hace cargo del presente. Autoayuda es de ese tipo de novela urgente, que se lee al mismo tiempo que se reconoce el entorno y se subraya al conectar con lo que tú y tu círculo quizás estén sintiendo. Esta nueva novela, breve y ágil, filuda y con un humor sutil, escudriña y olfatea y mira el presente y cierto sector “cota mil” directo a los ojos. Es un riesgo escribir del hoy, desde los condominios de La Dehesa y desde el prisma de un abogado de treinta y tantos que no ha abogado por nadie excepto por sí mismo, pero Matías Correa, que es filósofo y tiene la misma edad que su protagonista, un tal Mena, lo logra. Autoayuda es una novela visceral, de adentro, y se nota -se palpa- que Correa aprendió poco en los talleres y sí de la calle, y que dejó el pudor en los cafés donde pulula la intelectualidad. Acá hay observación más que intelecto y eso se agradece. Es, además, una novela con una voz clara y asumidamente masculina y generacional (“…no la hice: me quemé, fracasé, perdí”). En el mundo de Correa y de estos suburbios es donde la gente se conoce y conoce a la gente que importa. “A los treinta y dos años no tenía hijos y ya era propietario de ciento noventa metros cuadrados, circunscritos por los muros de un departamento ubicado en un barrio donde los niños no existían fuera de sus casas”.

Fusionando autores tan diversos como Cheever, Donoso y McInerney, y con el fantasma de Scott Fitzgerald vigilando, Correa publica su segunda novela (que poco tiene que ver con su primera: ese correcto artefacto controlado llamado Geografía de lo inútil) sin medir del todo las consecuencias. Bien. Correa se expone, ventila, observa y empatiza con este bromance entre dos tipos que no deberían ser amigos y terminan por salvarse. La amistad es masculina, pero de dos “post adolescentes adultos” fracturados. Mena se siente un fracasado y un monstruo; Genaro Scott es un ser lastimado y deforme (suerte de Hombre Elefante) que debe lidiar con las consecuencias de un intento de suicidio fallido. A uno lo dejó su mujer y ahora no se ducha y no para de mirar el cable; el otro escribe libros de autoayuda para el Ravotril Set. Juntos intentarán curarse.

“No creo que aburguesarse sea un pecado”, me comenta Correa. “Todo lo contrario, me parece que no hacerlo involucra un gesto torpe, medio infantiloide, del cual aún no me desentiendo del todo. Sí, hay un cambio de voz entre una novela y otra, pero eso sucede porque el foco de atención se desplaza. Mi generación (o muchos de mis conocidos y amigos, al menos) es una de niños viejos, con serias dificultades para desentenderse de una adolescencia que se ha prolongado por más años de la cuenta. Somos niños viejos, creo. Estoy seguro que “post adolescente” pronto se convertirá en una más de esas ridículas categorías que el marketing y el periodismo sociológico emplean para identificar segmentos de mercado. Me aterra un mundo poblado de adolescentes viejos. Tal vez por eso me resultó forzoso impostar una voz que  suene más madura”.

El libro quizás no es perfecto, pero por momentos lo parece; y se nota la falta de impostación. Logra penetrar en la psiquis de universos poco tratados o vejados por la televisión, como lo son los hombres de cierto sector que no son políticos, mafiosos o detectives. Correa no tropieza con abajismo ni trepa arribistamente, sino cuenta, mira, empatiza, y a pesar de no hacer un libro de autoayuda ofrece una novela que puede ayudar o apañar o acompañar a alguien que anda algo extraviado.

“Autoayuda”, de Matías Correa. $9.000

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