Por Diego Zúñiga Julio 2, 2014

Al final de la nueva edición de Conversaciones con Enrique Lihn, de Pedro Lastra -publicada por la Editorial Universidad de Valparaíso-, encontramos una serie de fotografías del poeta. La imagen que cierra esas páginas es una que fue tomada en 1975, probablemente en París, en la que Lihn está junto a varios escritores latinoamericanos, ningún miembro del Boom, sino aquellos que trabajaron desde la orilla. Al lado de él está Julio Ramón Ribeyro, Augusto Monterroso, Sergio Pitol, Bryce Echenique y un tímido Juan Rulfo, que mira fijo a la cámara. En ese pequeño canon latinoamericano, el nombre de Lihn resplandece: no sólo por haber escrito una obra genial e inclasificable, sino también por haber sido un lector único, como lo demuestran  las conversaciones que sostuvo con Lastra entre los 50 y fines de los 70. El libro registra estos diálogos, en los que vemos a un Pedro Lastra muy atento y generoso preguntando, y a un Enrique Lihn contestando con una lucidez rotunda: ya sea hablando del género de la crítica o de su rechazo a la poesía de Borges; dando una cátedra sobre el soneto o analizando su propio trabajo: los poemas de La pieza oscura o ese cuento impresionante que es “Huacho y Pochocha”. En cualquiera de esos momentos apreciamos cómo Lihn era un lector superlativo, el mejor comentarista de su propia obra, un poeta lúcido como pocos, un lujo inmerecido, como lo llamó Bolaño. Eso nos recuerda este libro: que Enrique Lihn fue siempre un lujo que no merecimos.

“Conversaciones con  Enrique Lihn”, de Pedro Lastra. A $9.000.

Relacionados