Por Diego Zúñiga Marzo 19, 2014

El ejercicio era el siguiente: a partir de una foto en blanco y negro, el holandés Rudy Kousbroek (1929-2010) se lanzaba a contar una historia. Lo hizo durante los últimos diez años de su vida y le dio un nombre: “fotosíntesis”. Era la forma que encontró de mezclar la memoria con el ensayo, las reflexiones históricas con su autobiografía: dejar que una imagen provocara en él un relato que armaba con delicadeza y nostalgia. O al menos eso es lo que encontramos en El secreto del pasado (Adriana Hidalgo, 2013), que reúne cuarenta textos de Kousbroek: pequeños relatos que nacen a partir de imágenes cotidianas -el frontis de una casa, un puente de París, la habitación de un hotel, el retrato de un gato- y también de ésas que parecen imposibles  -como la del Normandie hundido en un muelle de Nueva York o el interior de un dirigible del año 1936-, y esas otras que en realidad parecen una pintura desconcertante y perfecta -un banco en la cima de una montaña nevada o unos pingüinos acercándose a un gramófono-. Textos de tres o cuatro páginas cuyo tono nos recuerda las columnas de Roberto Merino o las contratapas de Juan Forn.

“No existen fotos sin misterio, de lo que se trata es de ponerlo al descubierto”, anota en un momento el holandés y nos deja en claro que El secreto del pasado habla de eso: de poner al descubierto el misterio que existe en cada foto, pero también de cómo trabaja la memoria de un hombre que dice que “el pasado no ha desaparecido, sino que está en otra parte”. La nostalgia, entonces, se mezcla con la lucidez para darle un nuevo idioma a ese tiempo que pasó, para encontrar un nuevo significado, una nueva historia.

“El secreto del pasado”, de Rudy Kousbroek. A $14.800.

Relacionados