Por Diego Zúñiga Abril 15, 2015

De pronto, Santiago se convierte en una ciudad realmente atractiva para la gente a la que le interesan las artes visuales. No ocurre siempre, pero ocurre ahora, cuando en un mismo mes puedes visitar una exposición de la asombrosa Yayoi Kusama (Centro de las Artes 660) o una nueva muestra de Juan Pablo Langlois (Galería D21) o la última exposición que montó en vida Pedro Lemebel (Galería Metales Pesados), o la retrospectiva que se acaba de inaugurar de Guillermo Núñez (MAC), y así podríamos seguir enumerando, hasta llegar a la Colección Pedro Montes, que se está exhibiendo en el MAVI, y que es una de las imprescindibles de la temporada. No sólo porque Montes, abogado y dueño de la Galería D21, es uno de los coleccionistas más activos y visibles del país -basta ver cómo se mueve su galería, en la que han exhibido desde artistas promisorios hasta los más importantes de Chile-, sino también porque su mirada sobre las artes visuales está cruzada por la literatura -y la poesía, sobre todo-, lo que le da una particularidad mayor.

Por eso no es raro que haya sido él quien exhibió, por primera vez, la obra visual de Juan Luis Martínez, por ejemplo, o que estuvo detrás del último libro de Diego Maquieira -que se exhibió también en la Bienal de São Paulo en 2012-, o su constante interés en el trabajo de Claudio Bertoni y Pedro Lemebel, por citar algunos nombres recientes.

Colección Pedro Montes muestra, por supuesto, este cruce entre artes visuales y literatura, pero además, bajo la curatoría de Justo Pastor Mellado, logra presentar una mirada nueva sobre una serie de artistas que se dieron a conocer en los 70 y 80 -Eugenio Dittborn, Carlos Leppe, Juan Domingo Dávila-, de los que se exhiben algunas obras desconocidas, más raras, menos evidentemente políticas, quizás. Es la extrañeza y el asombro, dos de las sensaciones que nos atraviesan mientras recorremos la colección de Montes y nos quedamos detenidos, por ejemplo, en dos pequeños dibujos de Gordon Matta-Clark, o en un par de pinturas alucinantes de Juan Downey, o en los dibujos de Leppe o del injustamente desconocido Enrique Castro-Cid, o en un par de óleos de Bororo. O en dos de las obras más geniales que tiene Montes en su colección: un autorretrato -en dibujo- de Enrique Lihn (en la foto), y “Paisaje urbano positivo” y “Paisaje urbano negativo”, dos cuadros en los que observamos al característico fox terrier que aparece en La nueva novela de Juan Luis Martínez.

En un país en el que los coleccionistas de arte casi no muestran sus obras, una exposición como ésta se agradece. Pues, nos permite mirar de costado a una serie de artistas fundamentales de las últimas décadas y descubrir otra cara de sus obras, las búsquedas estéticas que los llevarían a consagrarse, finalmente. Y nos muestra, de paso, a un coleccionista curioso y valiente, que no se obsesiona con la obviedad, sino que busca obras inesperadas, sorprendentes.

“Colección Pedro Montes”. Hasta el 14 de junio en el MAVI.

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