Por Diego Zúñiga Enero 14, 2015

Casi siempre llegamos tarde a todo, por lo que hemos tenido que aprender a convivir con eso. No está mal tampoco. Por ejemplo, recorremos la exposición Grado cero, 10 años de arte contemporáneo chileno (2000-2010) con absoluto asombro, preguntándonos cómo se nos pasaron algunas exposiciones de artistas chilenos realmente valiosas, necesarias. El trabajo de Iván Navarro, Natalia Babarovic o Voluspa Jarpa, por citar algunos nombres. Obras profundamente estimulantes, arriesgadas: Norton Maza y sus  fotografías que nos remiten a pinturas barrocas o neoclásicas; Francisca Benítez y su serie de fotos que registran una costumbre judía en distintos barrios de Nueva York; Camilo Yáñez y ese travelling que nos muestra la remodelación del Estadio Nacional en 2009; o la perturbadora instalación de Máximo Corvalán-Pincheira, Bestia segura: una cama hecha de tubos por los que circulan ratones, mientras se proyecta en un muro una cámara que los graba desde dentro.

Pinturas, fotografías, video-instalaciones -Gran sur, de Fernando Prats, es un imperdible-, esculturas, objetos: todos los formatos posibles para hablar de Chile, de la memoria, pero también de otros conflictos, de lo que ha pasado en estos años, de cómo el arte se hace cargo de la realidad en pleno siglo XXI.

“Grado cero”. En el Centro de las Artes 660 (Rosario Norte 660), hasta el 31 de enero.

Relacionados