Por Diego Zúñiga Diciembre 17, 2014

Esta es la historia del cuerpo. De cómo Pedro Lemebel (1952) -un nombre imprescindible para el arte y la literatura chilena de las últimas décadas- ha puesto siempre el cuerpo en todo lo que ha hecho: en su escritura, en sus performances, en la manera en que ha decidido abordar la realidad a través de un trabajo desenfadado, casi siempre inclasificable. Porque vemos un bulto rodando por una escalera en llamas o un hombre caminando por una sábana blanca dejando huellas de sangre, y sabemos que aquellas imágenes nos remiten a esa violencia -física, política, social- sobre la que viene trabajando Lemebel desde hace décadas: en sus crónicas, en sus performances de los 80 y en sus últimos trabajos que ahora se pueden ver, hasta el 8 de enero, en Arder, la exposición que Lemebel está montando en la Galería D21.

Es una retrospectiva en la que encontramos obras -fotografías, videos- que datan desde fines de los 80 hasta inicios de 2014. Fotos de Paz Errázuriz y Pedro Marinello que retratan a un Lemebel salvaje y provocador, el Lemebel de las Yeguas del Apocalipsis, esa insolencia que irrumpió en el arte chileno de forma inesperada, el cuerpo herido, con cicatrices, y los referentes como Frida Kahlo que se cruzan con imágenes religiosas, y la calle. Sobre todo la calle. Lo de Lemebel siempre han sido los márgenes, la palabra en todos sus sentidos, las poblaciones, los géneros híbridos, la necesidad de representar una violencia desbordada que nadie quiere ver: el cuerpo de Lemebel expuesto, su vida, el fuego envolviéndolo, sus pies heridos, Pisagua y la dictadura, la rabia y la tristeza también.

Hay una fotografía que nos muestra a Lemebel dándonos la espalda, en punta de pies, justo en la intersección de dos paredes. En esa esquina, como una araña de rincón, Lemebel parece esconderse de algo. No sabemos de qué, pero la sensación a ratos es devastadora: como una despedida, como un pequeño gesto de retirada, como una pausa en medio de tanta rabia, de tantas batallas que han marcado su vida. Pero es sólo esa imagen que marca aquella pausa y que contrasta, de forma muy notable, con “Abecedario”, obra en la que Lemebel interviene una pasarela -que lleva hacia el Cementerio General-, en la que dibuja todas las letras del abecedario con neoprén y las va encendiendo con un mechero. Difícil pensar en otra imagen que refleje con tanta precisión lo que es -y lo que ha sido- la obra de Lemebel: incendiar el lenguaje en medio de la ciudad, sin perder el control de la situación. Pues vemos fotos y vemos, también, un video en el que Lemebel va escribiendo lentamente cada letra, arriba de sus tacos, con elegancia, y luego las incendia: eso es la obra de Lemebel, ésa ha sido una de sus grandes características: incendiarlo todo para cambiar las cosas, con rabia, con talento. Poner el cuerpo en todos sus sentidos. De eso se trata esto.

“Arder”, de Pedro Lemebel. Hasta el 8 de enero en Galería D21.

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