Por Diego Zúñiga Diciembre 18, 2013

Carlos Faz tenía 22 años cuando murió en 1953 y ya era, en ese entonces, uno de los pintores más prometedores de Chile. O así lo recuerdan varios de sus cercanos, muchos de ellos escritores de la generación del 50: Jorge Edwards, Jodorowsky  y Enrique Lihn, quien le dedicó uno de sus mejores poemas, “Hoy murió Carlos Faz”, que empieza así: “Porque un joven ha muerto/ pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida (…)/ Tú y yo lo conocíamos,/ no tenía el deseo de morir, ni la necesidad, ni el deber/ de morir,/ era como nosotros o mejor que nosotros:/ un hombre entre los hombres, alguien que día a día hizo lo suyo:/ reflejar el mundo,/ amar a la mujer, intimar con el hombre,/ dar cuerda a su reloj,/ transfigurar el mundo”.

Cuando observamos la retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes, aquella sensación, la de alguien que transfigura el mundo, parece latente en cada una de sus pinturas, en esos personajes que recuerdan un poco a los de Picasso,  pero también a los de Chagall: la expresividad en sus rostros, la sensación de que algo se perdió para siempre. Postales de fiestas que parecen siempre desbordarse, como en los cuadros de Brueghel, aunque en estas festividades haya algo profundamente chileno que es difícil de explicar. Pero, por sobre todo, está la muerte -funerales, cuerpos enfermos- y ese cuadro titulado “Premonición”, de octubre de 1952, en el que una mujer sostiene el cuerpo de un joven sin vida, y ahí, en el piso cubierto de sangre, se logra ver un barco de juguete con el nombre de Carlos Faz.

Un año después él estaría arriba de un barco, rumbo a Europa, y caería al mar. Iba a morir ahogado. Tenía sólo 22 años. Dejaría una obra breve, pero intensa.

Retrospectiva Carlos Faz: hasta el 5 de enero en el Museo de Bellas Artes.

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