Por Yenny Cáceres Mayo 27, 2015

© Fabula

En un pueblo costero, un grupo de cuatro hombres vive en comunidad junto a una mujer. No sabemos muy bien quiénes son ni por qué están allí. Sólo que uno de ellos participa en carreras de galgos, pero es fácil intuir que algo muy perverso los une. El Club, la premiada película de Pablo Larraín (No), es una exquisita madeja narrativa, que va develando sus piezas de a poco.

Así, nos enteramos que estos hombres son un grupo de sacerdotes obligados a permanecer aislados, en reflexión, que no pueden manipular dinero ni celulares. La aparente tranquilidad de sus vidas se verá alterada con la muerte de un nuevo integrante, el cura Matías Lazcano (José Soza), que motiva la llegada de un investigador jesuita (Marcelo Alonso).

El Club es una película feroz, por momentos aterradora -como la mejor de las películas de terror-, donde nada ni nadie es lo que parece. Con su hablar pausado, casi susurrando, la hermana Mónica de Antonia Zegers es la encarnación de la mojigatería y un brillante contrapunto a los cuatro sacerdotes (Jaime Vadell,  Alejandro Sieveking, Alfredo Castro y Alejandro Goic). Pero el personaje que despierta los demonios de esta comunidad es Sandokán (una vez más, un impresionante Roberto Farías), víctima de abusos sexuales y un “ángel negro”, como le llama uno de los sacerdotes, una sombra que acecha las conciencias de estos hombres. Su larga letanía describiendo sus abusos, sólo es comparable en su genialidad, su humor sardónico (“me haría una cazuela de curitas”, dice) y su rescate del lenguaje oral al Ruiz de Palomita blanca.

El guión -firmado por el dramaturgo Guillermo Calderón y el escritor Daniel Villalobos- revela un oído atento a los ritmos y sutilezas del lenguaje, que se complementa con una puesta en escena donde no hay nada que quede al azar, como ese plano de un cielo rojo, furioso, junto al mar, una imagen contundente para enmarcar esta historia de demonios y ángeles caídos.

Porque El Club es una demoledora crítica a la Iglesia Católica, sí, pero también es mucho más que eso. Es un relato perturbador, en la mejor tradición donosiana, que corre el tupido velo y revela los secretos y las verdades a medias de una sociedad construida en torno a la hipocresía. A estos hombres no los espera la redención, y por eso, como dice uno de ellos, “acá tenemos que dormir con los ojos abiertos, como los demonios”.

"El Club", de Pablo Larraín.

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