Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Octubre 29, 2014

Perdida, de David Fincher, está arrasando en la taquilla y se ha vuelto la más extraña de las “date movies”, esas cintas pensadas para ir con  pareja o futura pareja, pues el tema justamente es ése: la pareja.

O al menos eso nos quieren hacer creer.

Perdida es -en el papel- el tipo de filmes que todo cinéfilo desea abrazar y gozar y recomendar. Tiene grandes ingredientes, pero no tiene empatía, piedad o arraigo. Es “todo vale”, y eso, la verdad, no vale. Perdida es la Gravedad de la temporada: apoyo irrestricto de una crítica destrozada por tanta tontera de la cartelera y que salta de felicidad al ver algo que parece el tipo de cinta que los hizo enamorarse del cine. Gravedad no era 2001: Odisea del espacio, como Perdida no es Vértigo.

La cinta es un thriller popular que no intenta ser más que masiva. Acá las sutilezas del comienzo van cediendo a la tentación de la locura desatada. Perdida no peca de ambiciosa, pero es una ambición sin límites y su pecado venial es quererlo todo: desea ir más allá del tema policial o la cinta slasher inteligente, para ingresar a los terrenos de la guerra de los sexos, la institución del matrimonio, la idea del doble, una mirada acerca de cómo los medios lo manipulan todo y cómo, al final de cuentas, lo que importa no es tanto lo que somos, sino la imagen que proyectamos de nosotros mismos. Lo perturbador es que Fincher tiene dos obras maestras: Zodíaco y La red social, y un par de éxitos populares como El club de la pelea y Seven.

Entonces, esta entrega de Fincher hace dudar de quién es: ¿auteur o un pillo efectista? Sus obras maestras son, uno, masculinas. Perdida supera la misoginia para entrar al terreno de una suerte de fantasía de liberación y venganza feminista chanta (la loca como ícono) que deja a la ochentera Atracción fatal como un tratado sutil y strindbergiano acerca del despecho. Que la novela y el guión sean de una mujer es lo que quizás le permite a Fincher ir tan allá, pues sabe que no será acusado de nada excepto de genio y de “rey de la taquilla”.

Uno desea que un filme de un director que uno admiraba tenga tono y mirada (que no es lo mismo que onda y estética). Hay momentos, personajes secundarios y mucha idea no trabajada (¿hay peor abuso que ser hijo de escritores?), pero el metraje, tal como la sangre, se excede, y el filme termina agotando y revelando todas sus costuras. Y es acá  cuando dan ganas de contar los putos spoilers: esa idea insultante de que un filme sólo se puede gozar si no se sabe lo que va a pasar. Tanto en Zodíaco como en La red social uno más o menos sabía lo que iba a suceder; en Perdida, una vez que te das cuenta de lo que sucede, ya no te importa y todo se vuelve camp y no queda claro si todo era una sátira, un deseo de hacer basura estilizada para la masa sofisticada o si a Fincher, tal como lo ha hecho recientemente, sólo le interesa filmar y excederse. Perdida puede ser un fénomeno social y eso se celebra: un filme que atrae y seduce. Pero… No puedo. Ésta no es más que una manipuladora cinta de terror para gente supuestamente sofisticada con doctorados, y que siente que vivir en Chile es tan atroz como vivir en Missouri. ¿Qué le pasó a Fincher? ¿Está perdido o, tal como algunos de sus protagonistas, ya no tiene vuelta? Es de esperar que no. Ojalá vuelva a hacer cintas que intentan menos conquistar a todos. O que regrese a filmar capítulos de House of Cards.

“Perdida”, de David Fincher. En cines.

Relacionados