Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Mayo 7, 2014

Generalmente la segunda película es la que cuenta: es ahí donde se constata si el éxito y la frescura y “esos metros cuadrados personales” del debut fueron pura suerte o los cimientos de algo más sólido. En el caso del chascón (en todos los sentidos) cineasta Che Sandoval el veredicto es unánime: no sólo Soy mucho mejor que voh es un estupendo drama cómico sino que es una impresionante segunda película que supera y ahonda en lo que lanzó con algo de histeria y ceguera teen en Te creís la más linda (pero erís la más puta). Los aplausos, risas y adicción que está causando esta entrañable cinta donde la palabra es rey (al final, la estética de Sandoval es la palabra, es el habla) son totalmente merecidos. Esta acotada historia de la caída libre de un (¿patético?,  ¿entrañable?, ¿cercano?) loser cuarentón demuestra que el cine chileno es capaz de crear filmes pequeños pero palpitantes, con antihéroes dañados y escindidos, y aun así conectar con el público. Lo que sucede con este preciso y a la vez desparramado viaje hacia la noche es algo no menor: constatar que ese mundo retratado no es puro invento, que todo es extremadamente cercano a los realizadores. Cuando los cineastas optan por retratar lo que conocen (ojo con la estupenda Crystal Fairy, con la que arma un pequeño combo de “comedias de chicos cuicos buscando su identidad”), hay más posibilidades de triunfar y proyectar verdades cercanas.

Soy mucho mejor que voh es una suerte de spinoff de la primera, tanto por su título como porque el personaje que interpreta en forma tan magistral como impúdica el también cineasta Sebastián Brahm (El circuito de Román) tenía un pequeño momento junto al protagonista de la primera. Este filme transcurre un rato después que Javier (Martín Castillo) desapareció del bar de Bellavista, y Cristóbal Forlich (Brahm), alias Naza por lo narigón, ha perdido su sombrero y regresa al bar ruiziano donde dos chicas no paran de hablar de genitales de una manera que sólo puede ser tildada de deliciosa y creativa. Naza ha visto días mejores, cree que su pyme es una suerte de transnacional que lo va a salvar y tiene una mujer en España gozando de una beca. Esto lo tiene mal, deshecho, un atado de celos y frustración y por eso está vagando por Santiago en busca de sexo express para dejar de pensar en todo lo que no quiere pensar: su fracaso de vida, cómo está hiriendo a sus niños que no pudieron viajar, cómo ya no le queda dinero o dignidad.

Ésa es la anécdota: lo que presenciaremos es algo parecido a lo que sucedió en Te creís la más linda… pero aumentado en mil porque este deambuleo nocturno lo protagoniza un cuarentón que a pesar de que se comporta como un adolescente está lejos de ser uno. Lo que sí es cierto es que carece de todo lo necesario para ser un hombre o, lo que quizás es más ajustado, para ser un tipo completo e intentar acceder a un grado de autonomía. Con grandes momentos de puro cine a lo De Palma (una persecución de una mujer que parte en el metro y que casi termina en su dormitorio), Sandoval nos presenta el tipo de comedia negra costumbrista que tan bien hicieron los italianos alguna vez. El filme se la juega por este personaje y logra que uno no sólo empatice y se identifique y quiera que se salve, sino que incluso se sorprenda cuando capta que hay gente que no tiene salvación posible. Es ahí, al final, que la cinta deja de ser una comedia y se transforma en lo que siempre fue: una tragedia. Hilarante, quizás, pero tragedia.

“Soy mucho mejor que voh”, de Che Sandoval.

Relacionados