Por Carlos Reyes Abril 6, 2018

Camino a Zapallar 430, Curicó. Tel. 752326979

Cocina de Portugal, algo escaso para cualquier lugar de Chile. Por cosas de la vida, en las afueras de Curicó existe uno bajo aquella inspiración y con chef nativo. Es amplio, con guiños a la cultura pop como enganche —con una figura de Cristiano Ronaldo a tamaño natural— en un espacio dotado de claridad y comodidad. La necesidad los obliga a tener otros focos: desde artesanías en corcho hasta un inefable puesto de pollos asados a orillas del camino. Mejor olvidarse de ese desperfil y concentrarse en su cocina marina, que es distintiva y vale la pena un desvío.

Lo es porque respeta el producto. Algo sencillo, pero no fácil. Aquel sello luce en preparaciones de gusto masivo, como su Jardín de mariscos ($ 21.000), algo más que un mero surtido frío. Se trata de un compendio equilibrado, con algo de camarones de apanado seco y crocante, sumado a otros tantos al natural, más un cebiche de salmón que cumplió, junto a otro revuelto basado en carne de jaiba, mucho mejor; hay mariscos con queso —no a la parmesana, necesariamente— de un carácter suave, para resaltar y no tapar con excesos grasos la prestancia de almejas, machas y ostiones.

Hay pescados a la plancha con sofritos suaves, convincentes. También una lista de recetas basadas en pulpos de ribetes morado intenso, carne blanda y aliños cargados al ajo y al ají en su versión Pinto ($ 9.300) que son pura expresión. La solidez se mantuvo en los platos de olla. Cuesta sacarle sabor al congrio dorado. Es mucho mejor el negro y el colorado para los caldillos, pero la versión Cascais ($ 9.300), presentada en una caldereta metálica de porte respetable, da en el tono gracias a un líquido consistente sin ser viscoso. Un sabor marino reafirmado por trozos de pescado repartidos entre cortes de papa y cebolla. Grata interpretación de un clásico local.

La lista es más larga, con platos típicos de esa parte de Europa, como las cataplanas ($ 22.500 y $ 59.000 con langosta), sumado a dosis de almejas, jaibas rellenas, erizos a la orden y chupes. En ese lugar hay cocina con personalidad y sentido local mirando al mar. Podrían existir otros tantos locales lusitanos como ese puesto en el Maule, bajo aquella sensibilidad costera honesta y sin dobleces.

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