Por Alejandra Costamagna Febrero 2, 2018

Maratón, de Macarena García Moggia.

“Por la tarde / se fue”, leíamos en un poema de Aldabas, el primer libro de la chilena Macarena García Moggia. Y tal vez ahora podríamos resumir Maratón, esta primera novela, con otro verso similar, pero opuesto: “Por la noche / se quedó”. Estoy inventando, por supuesto. Pero quiero decir que a diferencia de ese libro previo, de esos versos en los que el pecho sonaba como el desierto y había pájaros de mal agüero sobrevolando un edificio en construcción, lo que vemos en esta novela es la historia de un encuentro. Un encuentro que es cruce y reunión, pero también tropiezo.

Laura y Diego, los protagonistas, son dos tipos lo suficientemente jóvenes como para no estar atados sin vuelta a las costumbres, pero lo suficientemente adultos como para pensar ya en el futuro. Es un domingo de noviembre de un año muy cercano al presente, en un tercer piso de un edificio ubicado casi en el centro de Santiago, con vista al cerro San Cristóbal. Al inicio hay un ruido como un disparo o un golpe al corazón. Un ruido que es en realidad la señal de partida de una maratón que ocurre allá afuera, en este Santiago que es ciudad y personaje. Y mientras los corredores transiten los 42 kilómetros y fracción por las calles de la capital, puertas adentro veremos una carrera hecha de silencios y palabras a medias, de ejercitaciones y desvíos. El movimiento de dos personas que alguna vez estuvieron juntas, que luego se separaron y ahora se reencuentran y se protegen del miedo con el mismo control mental que usaría un corredor previo a una competencia.

La información intercalada en capítulos autónomos que aparecen como una suerte de manual del maratonista irá acompañando todo el tiempo el relato. En un plano estará la carrera que ocupa una mañana de un grupo de gente desconocida; en el otro, las horas que avanzan en esta pareja que a ratos parece también no conocerse. O conocerse como a la carrera, apenitas, en la mera superficie. Asistiremos a una jornada que irá del despertar a la medianoche, de la cama a la azotea y vuelta a la cama, un día maratónico en que veremos colarse la información que el narrador quiera proporcionarnos. Y los vacíos que quiera ir dejando para que vayamos construyendo la historia a nuestro antojo. Entregar y borrar: eso hará el narrador todo el tiempo, toda la carrera.

Maratón es una novela, pero es también un conjunto de poemas escritos horizontalmente, un manual para corredores o aspirantes a corredores obsesivos, un ensayo sobre el cuerpo y el control mental, un rompecabezas con múltiples microhistorias dentro de la historia central, un cuento de amor en tiempos líquidos. O, mucho mejor, un mantra de 108 páginas. Como la hipnótica cadena de frases que repiten las personas que corren para dejar, por unos instantes, la mente en blanco.

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