Por Yenny Cáceres Noviembre 3, 2017

Stranger Things. En Netflix.

La primera temporada de Stranger Things fue una promesa de que la serie podría ser algo mayor. Así como Hawkins era un pueblito en que se escondía algo ominoso, en algún momento pareció que la serie se sacudiría de la nostalgia ochentera en pos de una búsqueda narrativa y temática más compleja, pero hacia el final esa promesa se fue diluyendo. En su segundo ciclo, la serie se asume como tal: entretención pura, sin mayores ambiciones, en la mejor tradición del cine de matiné y del legado de Spielberg.

Ese horror al que se enfrentaba este grupo de amigos tuvo en Eleven (Millie Bobby Brown) —una niña con poderes psíquicos que había sido raptada por el gobierno— una heroína fascinante y digna de estos tiempos. La segunda temporada retoma a los personajes un año después de los extraños sucesos. Es octubre de 1984, en los cines dan Terminator y en la fiesta de Halloween los chicos se disfrazan de cazafantasmas. No hay rastros de Eleven, pero no hay día en que Mike no la recuerde y Will, el niño que desaparecía en la primera temporada, se siente un freak, al que sus compañeros de colegio llaman, con sorna, el “niño zombi”. Su madre (Winona Ryder) es la que parece haber superado mejor todo, ya que se encuentra emparejada con un hombre bonachón, que la acepta tal como es.

La nueva temporada de Stranger Things podría haber sido una magnífica película de dos horas. Pero no, estamos hablando de nueve episodios, que parten con una lentitud exasperante. Los primeros cuatro capítulos son un abuso para los espectadores. Un déjà vu de la primera temporada, donde prácticamente no pasa nada. Recién en el quinto episodio la serie retoma el ritmo que la convirtió en uno de los estrenos más celebrados del año pasado. Cuando eso pasa, la magia reaparece y nuevamente uno de los mejores personajes está en manos del jefe de la policía de Hawkins, Jim Hopper (David Harbour). Hopper es el hombre que viene de vuelta, que carga con sus fracasos, pero también es la reserva moral en este mundo de familias disfuncionales en que a los niños no les queda otra que intentar sobrevivir.

Relacionados