Por Yenny Cáceres Noviembre 17, 2017

Ramona. Los sábados, a las 22:40 horas, en TVN.

Es un despropósito, o quizá el mejor ejemplo del estado de las cosas en TVN, que una serie como Ramona haya sido programada en el peor de los horarios, los sábados en la noche, como si el canal público sintiera vergüenza o simplemente quisiera deshacerse rápido de un muerto incómodo. Ese desprecio hacia los realizadores chilenos no es nuevo. Ya lo hicieron con Raúl Ruiz en su momento, cuando programaron sus series a medianoche, y ahora lo vuelven a repetir con Andrés Wood y Guillermo Calderón, dos de las mentes creativas más importantes del país.

Bajo la dirección general de Wood, y con Calderón en la escritura, Ramona es un viaje a ese Chile de fines de los años 60 que, a la distancia, se ve tan lejano, pobre y precario. Tras la muerte de su madre, Ramona (una sobresaliente Giannina Fruttero) y su hermana Helga (Belén Herrera) deciden huir de un padre alcohólico y golpeador, y dejar el campo, en Santa Bárbara para viajar a Santiago. Es una medida desesperada, porque en la capital no conocen a nadie, pero pronto sabremos que si hay algo que Ramona tiene es, justamente, arrojo. Así, Ramona y su hermana se asocian con Carmen (Paola Lattus), una prostituta, para vender cañas de vino a los vecinos del campamento en que se instalan. El negocio anda bien, porque como dice uno de ellos, “donde hay miseria, hay olor a vino tinto”. En el camino —como se ha visto en los primeros tres capítulos—, Ramona deberá lidiar con la vida en el campamento, con el mundo que descubre su hermana de 13 años cuando entra a trabajar como empleada doméstica y con la miseria de los abortos clandestinos.

Ramona prueba, una vez más, que Wood es uno de los mejores y más honestos directores chilenos. Para entender Ramona, hay que pasar por Machuca, Violeta se fue a los cielos y, por supuesto, Ecos del desierto, la miniserie que filmó inspirada en los crímenes de la Caravana de la muerte, y una de las mejores ficciones locales del último tiempo. Wood escarba en nuestro pasado reciente, pero lo hace sin imposturas, con un genuino interés por sus personajes y por reconstruir esa vida cotidiana que ocurre en un segundo plano, como un relato paralelo a los grandes cambios sociales y políticos del país. Ramona es la historia de una mujer anónima, pero también es un homenaje a esos cientos de valientes mujeres que, a mediados del siglo pasado, llegaron a vivir a Santiago, del campo a la ciudad, a trabajar en lo que fuere. Quizá esta sea la verdadera historia secreta de Chile.

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