Por Pablo Toro Octubre 6, 2017

Rick y Morty. Las primeras dos temporadas en Netflix.

Queda una sensación de sobredosis o hiperestimulación mental tras ver un capítulo de Rick y Morty, la serie animada creada por Dan Harmon (Community) y Justin Roiland en 2013 y cuya tercera temporada acaba de finalizar. Una especie de jet lag televisivo que resulta fascinante y tortuoso y que es, quizás, el resultado lógico de exponerse a un concentrado de viajes interdimensionales, teorías pseudocientíficas, obsesivas referencias pop, luchas a muerte contra criaturas monstruosas y, sobre todo,
a los efectos emocionales de constatar que la disfunción familiar es la más reconocible de todas las realidades.

Rick Sánchez es un científico descriteriado y alcohólico que, gracias a sus inventos e inteligencia superior, se embarca en diversas aventuras por planetas y galaxias lejanas. En sus viajes lo acompaña su nieto Morty, un adolescente tímido, inseguro y de pocas luces, que compensa su atrofiada sociabilidad participando de estas aventuras intergalácticas con una mezcla de admiración y desprecio por su abuelo, un hombre misántropo y frecuentemente cruel, que rehúye los afectos familiares como si fueran el más terrible de todos los monstruos. Los padres de Morty, Beth y Jerry, son el tipo de matrimonio que quizás nunca debió serlo, y su hermana Summer carga con el peso de haber sido el embarazo no deseado que los empujó a quedarse juntos y formar una familia. En este panorama de recriminaciones y mezquindades filiales, la escritura de Harmon y Roiland despliega un abundante derroche de imaginación, sensibilidad y comedia que ha producido legiones de fanáticos alrededor del mundo (y no pocos detractores de esa fanaticada).

Delirante compendio de cultura geek y televisión basura, la serie paga tributos a un amplio espectro de referencias. Están ahí Volver al Futuro, Doctor Who, Mad Max, La Dimensión desconocida, H. P. Lovecraft y las teorías de Stephen Hawking. Pero también las primeras temporadas de Los Simpson, la banalidad escatológica de Padre de Familia o South Park y un particular interés en el léxico de la psicoterapia. En la mayoría de los capítulos, sin embargo, los creadores logran trascender el fetichismo pop o la cita culta y llevar a los personajes a devastadores momentos de revelación y autodescubrimiento, que acentúan el pesimismo existencial que subyace al tono frenético y evidencian la condición anárquica de su estilo. Rick y Morty es, entre chiste y chiste, una torcida reflexión sobre los estragos psicológicos de la inteligencia y la creatividad. Tanto su alcoholismo como los constantes autosabotajes de Rick parecen ser un intento por neutralizar sus conocimientos y llevar una vida que se asemeje a la de un hombre común. Esto es, por cierto, insuficiente. Porque sabemos que Rick es “el mamífero más brillante del universo” y que siempre terminará comportándose como un tirano irresponsable, un genio caprichoso, un mortal con la arrogancia de un dios aburrido.

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