Por Diego Zúñiga Septiembre 8, 2017

A $18.000 y $ 10.000, respectiva-mente.

No hay registro que nos permita confirmar esto, pero si dejáramos libre a la imaginación, podríamos pensar en esos cumpleaños que celebraron juntos Enrique Lihn y Nicanor Parra. Quizá esperaban el fin de semana para realizar esa fiesta —Lihn cumplía el 3 de septiembre y Parra el 5—, probablemente en la casa de La Reina, donde se reunían con amigos: poetas, gente que conocieron en la época en que hacían El Quebrantahuesos, colegas de la Universidad de Chile, donde impartieron clases durante la dictadura. Hay fotografías que los muestran juntos, amistosos. Hay textos en los que se elogiaron. Pero no hay un registro preciso de esas fiestas imaginarias. Lo seguro es que ninguno de los dos pensaba que el futuro —nuestro presente— sería así: Nicanor Parra cumpliendo 103 años y Lihn muerto hace 29; Parra convertido en el poeta vivo más importante de habla hispana y Lihn en el escritor que ha influido de manera más radical en la literatura chilena de las últimas décadas.

Podría ser una anécdota imaginaria esa celebración de cumpleaños, un simple detalle que nos sirve para hablar de estos poetas, pero hay que decir que hoy, si uno va a una librería y busca las últimas novedades de poesía, se encontrará con ellos, con dos títulos que demuestran cuán relevantes siguen siendo sus escrituras: El último apaga la luz, obra selecta de Nicanor Parra —publicada por Lumen y realizada por Matías Rivas—, y Poetas, voladores de luces, una recopilación de poemas dispersos de Lihn —publicado por Overol y realizada por Andrés Florit—.

En el caso de Parra, hacía falta una antología contundente de su obra, y en ese sentido, este libro cumple: están incluidas completas algunas de sus obras fundamentales —Poemas y antipoemas, Sermones y Prédicas del Cristo de Elqui, Hojas de Parra— y una selección generosa de poemas dispersos que publicó en los últimos años, que nos permiten apreciar cómo han ido cambiando sus obsesiones, sus preguntas. Pero siempre están ahí la lucidez y el humor, como ese poema titulado “La sonrisa del Papa nos preocupa”, que dice: “Nadie tiene derecho a sonreír/ en un mundo podrido como éste/ salvo que tenga pacto con el Diablo”.

En el caso de Lihn, hay que decirlo de entrada: Poetas, voladores de luces es uno de esos raros casos en que un libro póstumo vale indudablemente la pena, lo que nos hace pensar, quizá, que Lihn es ese tipo de escritores de los que quisiéramos leer todo lo que escribió. Es cierto, parte con un poema visual algo singular, pero luego de eso nos encontramos con el talento de Lihn para trabajar el poema largo como pocos y para sorprender con algunos versos breves, como esos que le dedicó a Ariadna, y que dicen: “Me llevas al centro de mi laberinto, a mi monstruo/ no para que lo mate, sino para que lo vea”.

Lihn y Parra vieron, indudablemente, ese monstruo, y escribieron de él con valentía e inteligencia.

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