Por Diego Zúñiga Agosto 11, 2017

A $ 26.500.

Jonas Mekas venía desde la guerra. Era lituano, pero en algún momento de esos años 40, entre que sobrevivió a un campo de concentración nazi y a esos desplazamientos eternos durante la posguerra donde nadie quería recibirlo, se convirtió en un hombre de ninguna parte; descubrió, como dice el título de su monumental diario de aquella época, que no tenía ningún lugar adonde ir, pero sobrevivió. Y un día pudo irse a Nueva York. Venía desde la guerra, lo había visto todo, pero estaba ahí, junto a su hermano, con un puñado de libros que lo ayudaron a no sucumbir a la locura y el deseo de empezar una nueva vida. No sería fácil, por supuesto, pero terminaría convirtiéndose en un testigo privilegiado de aquella década impresionante que fueron los 60 en Nueva York, donde parecía que todo iba a explotar, que las vanguardias de comienzos del siglo XX habían encontrado un lugar donde renacer y convertirse, claro, en otra cosa: la generación beat, el cine de Andy Warhol, los libros de Burroughs, la lucidez de Susan Sontag, los silencios de John Cage, las películas de Joseph Cornell, los happenings, la locura y la libertad.

El testigo de aquel desenfreno creativo iba a ser Jonas Mekas (1922), quien dejaría documentado en la escritura —y en sus películas— todo lo que fue esa época, el registro de unos años en que los límites del arte se tensaron hasta un punto de no retorno. Crónicas, entrevistas, anotaciones urgentes y su famosa columna “Movie Journal” en The Village Voice: textos que recopilaría en Cuaderno de los sesenta. Escritos 1958-2010, publicados por Caja Negra.

Si en Ningún lugar a adonde ir —sus diarios que publicó, también, Caja Negra en 2009— descubrimos que Mekas no sólo era un gran cineasta sino también un gran escritor, en esta recopilación nos encontramos con un cronista excepcional, que escribe desde la urgencia, pero con la inteligencia de quien comprende, rápido, que lo que está pasando frente a sus ojos es algo importante, que probablemente marcará una época, quizá el futuro. Y ya en el texto que abre Cuaderno de los sesenta lo dice claro: “Permitámonos, pues, negar y destruir; quizás así algunos de nosotros podamos reencontrar y preservar (hasta que vuelvan a ser necesarias) la verdad de la vida, la espontaneidad, la alegría, la libertad, el júbilo, el alma, el cielo y el infierno”. Mekas entiende, probablemente primero que todos, que aquello que está ocurriendo en Nueva York en los 60, aquella movida underground, indagará en las formas del arte desde el caos para crear algo nuevo. Mekas ve películas, lee, asiste a obras de teatro, a conciertos, conversa con Susan Sontag, con Pasolini, con John Lennon y Yoko Ono, comparte esos diálogos sin cortes, no tiene miedo de dejar registro en primera persona de ese mundo que va apareciendo frente a él. Es así, la crítica convertida en autobiografía. O como lo dijo él alguna vez: “Mi tarea no es contar de qué se trata una obra. Mi tarea es lograr excitar al lector dándosela a conocer”.

Bienvenidos, entonces, a este libro, que nos remitirá a otros libros, a otras películas, a otro mundo que también es, en muchos sentidos, el nuestro.

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