Por Cecilia Correa A. // Fotos: GettyImages Agosto 18, 2017

Tras la muerte de su madre y de su hermano mayor, durante su adolescencia, Jake Burton (63) tuvo que hacerse cargo de su destino. Cuando el snowboard era un deporte desconocido y sólo practicado por locos, Burton pensó que había algo más profundo que un simple trineo, y su visión del negocio hizo que se convirtiera en uno de los deportes que hoy compite en los Juegos Olímpicos.

El neoyorquino estuvo de visita en Chile para celebrar los 40 años de su empresa, Burton, que fue la primera compañía de snowboard del mundo. Hoy es la tienda líder en este deporte extremo, con presencia en más de 30 países. Desde hace 22 años que su fundación, Chill, creada por él y su esposa, Donna Carpenter, trabaja con cerca de 1.400 jóvenes de contextos vulnerables. El objetivo es ayudarlos, a través del snowboard, a superar su situación de pobreza.

—A mí me echaron del colegio por haber sido un “niño malo”, pero mis padres estaban vivos en ese tiempo y me apoyaron. Me mandaron a otro colegio, y lo hice mejor. Pero estos niños, si meten las patas, no tienen ese apoyo. Les cambia la vida. Sólo con ver nieve y las montañas, la sensación es diferente —dice Burton.

Es un hombre calmado y optimista, a pesar de la invasión de las cámaras en una tienda en el Mall Sport. Revisa meticulosamente cómo están dispuestos los productos, sin perder detalle. Pero cuando habla no tiene temor en sacar su lado más humano.

Jake Burton tuvo su primera tabla a los 14. Nueve años después fundaría la mayor tienda de Snowboard.

Su vida es un símbolo del emprendimiento: conoció la soledad, la desconfianza en lo que hacía y la vergüenza. Estuvo un año entero probando más de 100 prototipos de tablas, hasta que inventó el diseño del snowboard moderno. Viajó a distintos estados tocando puertas para vender un objeto que no despertaba curiosidad; perdió casi toda su herencia en su pequeña empresa, y en un minuto pensó en tirarlo todo por la borda. Pero su pasión por el deporte lo impulsó a ir más allá.

—El snowboard ya estaba dando vueltas en los años 30. Lo que conocí por primera vez era rudimentario. Era una tabla que ni siquiera tenía fijaciones para encajar la bota; sólo tenía una cuerda que se ajustaba a la punta, con la que uno se sostenía.

Cuando tenía 14 años, sus padres le dieron siete dólares, con los que compró su primera tabla. En la universidad, a los 23 años, empezó a hacerlas él mismo.

—No me adjudico los créditos por inventar el snowboard, pero sí de hacer que eso pasara (que este se popularizara).

—¿Tuviste la intuición de que sería exitoso?

—Sí, tuve la visión de que podía ser un deporte y que la gente podría ser buena en él. Era como un juguete, un trineo que manejabas en las montañas. Pero quería que fuera algo más, un deporte real.

—Tienes una relación especial con la naturaleza, con el movimiento…

—Sí, para mí la nieve es muy especial. Crecí en Nueva York, y como no era común, cuando nevaba se suspendían las clases. Entones cada vez que nieva pienso que no hay colegio, desde chico ha sido así. Asocio la nieve con cosas buenas, con jugar.

En la secundaria dirigió su propio negocio de paisajismo y jardinería. Luego estudió finanzas en la Universidad de Colorado, pero no terminó. Se rompió la clavícula en un accidente de auto, y al estar solo, decidió volver a su ciudad natal y estudiar economía en la Universidad de Nueva York. “Era bueno para memorizar la materia para la prueba y después olvidaba todo”, se ríe. Lo que no olvida hoy es que tenía olfato para los negocios. Trabajó en una empresa de fusiones y adquisiciones en Wall Street, pero no lo llenaba. Burton era joven, hippie y apasionado por los deportes. Esa inquietud pudo más que la tentación de ascender en la capital financiera del mundo. Burton renunció y se lanzó al vacío en 1977. Se mudó a Vermont y ahí fundó la compañía que lleva su nombre.

—No éramos muy grandes, pero trabajábamos duro y hacíamos 50 tablas al día —recuerda.

 

El despegue

Tras la muerte de su abuela, Burton recibió US$150 mil de herencia. Se gastó casi todo el dinero en un experimento que no despegaba. Empezó a hacer clases de tenis en el día y a trabajar en un bar por las noches para ganar dinero. Durante esos años viajó varias veces a California desde Nueva York para vender las tablas que él diseñaba, e iba a Europa a probarlas.

Al tocar fondo me dije: “No me importa la plata. Cuando piensas en el deporte y no en el dinero, todo cambia”, dice Jake Burton sobre el repunte de las ventas de su empresa, en sus inicios.

—Cuando hacía hora en los aeropuertos, y me preguntaban a qué me dedicaba, no contaba. Era vergonzoso tratar de explicar algo en lo que no estarían interesados. Nunca comprarían un snowboard.

—¿Cómo hiciste para convencer a la gente de comprar tus productos? No era un deporte popular.

—Mi primer snowboard lo conseguí a siete dólares. El que vendía costaba 80, por lo que era difícil hacer que la gente comprara esta idea de que iba a ser divertido. El internet de entonces eran los encargos por correo. Todos los días iba a la oficina postal a mirar en la caja si había recibido alguno. Teníamos una tienda en nuestra fábrica en Vermont, pero todo era lento. Las 50 tablas que hacíamos no se vendían. Un día manejé mi auto con 38 snowboards, iba solo, para venderlos en Nueva York. Regresé a mi casa con 40 tablas, porque un tipo me dijo que no quería esa basura.

—¿Qué te hizo seguir adelante?

—Ser joven. Pero fue difícil, la gente se reía. Parte de las motivaciones fueron el despecho, el probarle a la gente de que podía. Cuando toqué fondo me dije: “No me importa la plata”. Lo que me importaba era haber tomado la decisión correcta y demostrar que había un deporte ahí. Y cuando piensas en el deporte y no en la plata, todo cambia.

—¿Cómo mejoraron las cosas?

—El primer año hicimos 350 tablas y el segundo, el doble. Trabajábamos sólo un niño, que ayudaba después del colegio, y yo. Todos los años duplicábamos el número de tablas que vendíamos, y no éramos Amazon.

—¿Pero qué hizo disparar las ventas si al principio era un deporte desconocido?

—Correcto. Uno de los errores que cometí al principio era haber sido tan apasionado. Pensé que a los jóvenes de 23 les iba a interesar, como a mí, el snowboard. Pero no era así: eran los que tenían 14, 15 años. Entendí que a ellos tenía que dirigir el marketing. Los veinteañeros en ese entonces no iban a comprar algo en una caja y no iban a aprender por sí mismos a usar el snowboard. Pero un joven de 16 años, sí. No era yo el que vendía, era la experiencia.

 

Momentos bajos

Hace dos años Burton creyó que nunca más iba a poder levantarse. Pensó en el suicidio. Al empresario se le diagnosticó el síndrome de Miller Fisher, el peor tipo de una enfermedad que provoca la parálisis nerviosa que se llama Guillain-Barré. Burton sobrevivió durante seis meses a través de una sonda que se introducía por el estómago. Su esposa lo alimentaba por ese medio. Empezó a escribir, y ese fue el camino de su recuperación. Por más de dos meses estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos. Luego tuvo que aprender todo de nuevo.

—Me sentía tan poca cosa y pensaba que no iba a mejorarme y que no podría hacer snowboard de nuevo.

—Tuviste que partir de cero. ¿Cómo te cambió la vida después?

—Completamente, lo cambió todo. Me hizo apreciar la vida, cuando tocas fondo te das cuenta cuán valiosa es y empiezas a vivir para el momento. Ya no tengo filtros, digo lo que quiero decir, y hago lo que quiero hacer. La vida es mejor de lo que era.

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