Por Alejandra Costamagna Julio 7, 2017

Esto (no) es un testamento estará durante julio en Centro GAM. En agosto en Teatro La Comedia.

Esto no es una memoria, no es un homenaje, no es un recuento histórico. No es sólo eso, más bien. O es todo lo anterior junto. Porque la obra Esto (no) es un testamento, que dirigen Ítalo Gallardo y Pilar Ronderos con el actual elenco del teatro Ictus, se inscribe en la corriente del biodrama, que bien conocen los directores (Hija de tigre, Los que vinieron antes) y que consiste básicamente en el diálogo entre el documento y la ficción. Lo biográfico aparece acá como el principal soporte dramático y llega a nosotros a través de materiales de archivo, documentos, fotografías, objetos, proyecciones y testimonios directos de los actores Paula Sharim, María Elena Duvauchelle y José Secall, además del contacto vía Skype con Nissim Sharim. Nicole Senerman es la encargada de conducir la cámara en escena y dar los pases necesarios para que los actores vayan trazando los mapas de sus biografías y, al mismo tiempo, puedan narrar la historia de la compañía independiente que se instaló a fines de los años cincuenta en Chile como contrapartida a los teatros universitarios.

Al inicio los tres se reúnen en una mesa con Senerman, quien les va entregando postales de las obras montadas. Mientras veamos proyectadas las imágenes sobre un gran mueble blanco, que hace las veces de muro en esta primera parte, los actores irán asociando el año de la obra con algún hito personal o del grupo. En 1964 el Ictus estrena ocho obras, en 1980 a Paula Sharim le gritan “cómprate un auto, Perico” en la calle a raíz del comercial de TV protagonizado por su padre en 2016 muere Jaime Celedón, uno de los fundadores del equipo. Y así. Luego viene un recuento más o menos cronológico: los primeros tiempos, el golpe de Estado, la transición y el momento actual. Hitos importantes, algunos graciosos, otros muy tristes. Todo alejado de la sacralización y el palmoteo gratuito. Así veremos, por ejemplo, el relato de Duvauchelle sobre su despido de la compañía por haber contraído una pielonefritis y no poder estrenar Tres noches de un sábado. O el relato confesional de José Secall sobre su internación en un hospital siquiátrico en Moscú, luego de un quiebre matrimonial. O el momento más duro para el grupo, cuando en 1985 el actor Roberto Parada se enteró, minutos antes de entrar a escena en Primavera con una esquina rota, de que su hijo, José Manuel Parada, había sido asesinado. Y él, estoicamente, como una forma de guardar respeto, decidió continuar la función.

Si bien a estas alturas el método del biodrama parece un poco gastado, el material es tan contundente y el testimonio de los intérpretes resulta tan genuino que nos entregamos a la fórmula y entramos en el juego sin más. Porque, lejos de solemnidades, esto es un ejercicio de frescura. Y de memoria. Y, por supuesto, de presente.

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