Por Yenny Cáceres Junio 9, 2017

Ignacio Agüero no ha perdido la capacidad de asombro. En Como me da la gana II, su último documental, les lanza a algunos directores chilenos, más jóvenes que él, una pregunta concisa y monumental a la vez: ¿Qué es lo cinematográfico? Es una interrogante que acosa a sus colegas en medio de un rodaje. A algunos los pilla desprevenidos y otros responden con un elaborado discurso. Las respuestas de estos jóvenes directores —entre los que están Alicia Scherson, Pablo Larraín y Christopher Murray—  son decidoras sobre el estado actual del cine chileno y un contraste brutal frente a la primera parte de Como me da la gana (1985), documental en que Agüero salía a preguntarles a sus colegas sobre qué cine era posible hacer en dictadura. La pregunta surgía después de la censura a No olvidar (1982), su documental sobre los crímenes cometidos por el régimen militar en Lonquén y en una escena, que Agüero rescata en Como me da la gana II, lo vemos conversando con Andrés Racz en la Plaza de Armas. En un momento, la conversación se detiene porque los interrumpe un contingente de carabineros que pasa entre medio de ellos, mientras algunas personas arrancan. Es una escena de la vida cotidiana de esos años, que hoy vemos con espanto.

Cómo me da la gana II es una película construida con distintos materiales. Están las entrevistas a los directores, hay metraje de sus primeras películas, como No olvidar y Como me da la gana, y tal como en su documental anterior, El otro día (2012), Agüero recurre también a su memoria. A filmaciones caseras de un viaje a Rusia o a archivos familiares. De esta forma, Agüero va delineando una película que es una pregunta, un ensayo y una declaración de amor al cine.

Agüero se hace la pregunta más básica: ¿Qué es el cine? Y aventura algunas respuestas. El primer plano con la cara de fascinación de un niño mientras ve una película o el momento epifánico en que filma un paisaje en Chiloé, donde vemos unas lanchas que se alejan a lo lejos, misteriosas. Agüero tiene algo de mago en ir sacando capas, en descubrir personajes, momentos irrepetibles. El montaje es la herramienta del prestidigitador, que incluso la hace explícita al mostrar los diálogos con su montajista, Sophie França.

El de Agüero es un cine fundado en el asombro, que nunca deja de preguntarse por su entorno y por su propia autonomía como lenguaje. El mismo asombro que vemos en esos niños que participan en los talleres de cine de Alicia Vega, que Agüero retrató en la entrañable Cien niños esperando un tren (1988), a quien nuevamente rinde homenaje. En Como me da la gana II, Agüero deja en manos del espectador muchas de las respuestas. Es una película que se funda en el misterio del cine, en lo que no se puede explicar con las palabras y, quizá eso, intuimos, es lo cinematográfico. Agüero, como el más digno heredero de Raúl Ruiz, se va deliberadamente por las ramas para construir un ensayo hermoso sobre el cine.  ¿Cuál habría sido la respuesta de Ruiz a la pregunta de Agüero? Quizá esto que dijo el día que recibió el Premio Nacional de Arte y que también define el cine de Ignacio Agüero: “En eso, mis amigos, consiste nuestro arte: en irse por las ramas derecho a lo esencial. De él no se espere plusvalía ni gloria, sino inquietud y estupor”.

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