Por Andrea Lagos A. // Fotos: Víctor Ruiz. Junio 9, 2017

“Esa era la casa de los Parra, es un convento de monjas de claustro, allí vivía Mateo de Toro y Zambrano …”. Cuando hay que adivinar qué hay en la casona esquina de Santa Rosa con Tarapacá, aflora el folklore. De aspecto monacal en el día, en las noches de los últimos cuatro años ocurren allí hasta tocatas rave.

La edificación neocolonial roja de aproximadamente 2.500 metros construidos sobresale la línea de la calzada. Las micros casi tienen que hacerle el quite y lo han logrado. Como fue declarada Patrimonio Nacional en 1997 no pudo ser expropiada para continuar la vía. Es una más de las casas isla santiaguinas, pero ésta es centenaria.

Construida en la década de 1840, ha sobrevivido ya a demasiados terremotos, inundaciones e incendios.

A partir de 1916 la casona de adobe, piedra y teja pasó a ser nacionalmente famosa. Había sido comprada por el arquitecto Fernando Tupper Tocornal, amigo de los mejores artistas, literatos y pensadores chilenos del período. Como mecenas, la destinó para el uso de ellos, quienes la bautizaron La Casa de los Diez (aunque eran más). Ellos fueron los escritores Augusto D’Halmar, Pedro Prado, Manuel Magallanes Moure; los pintores Juan Francisco González y Julio Ortiz de Zárate; el escultor Alberto Ried; el poeta Ernesto Guzmán, los músicos Acario Cotapos, Alfonso Leng y Alberto García Guerrero; el arquitecto Julio Bertrand y el crítico literario Armando Donoso. Ellos, aparte de reunirse en sus salones, embellecieron el lugar. Ried esculpió los capiteles del patio con escenas que describen a los otros integrantes del círculo (o escenas de sus novelas). Ortiz de Zárate talló la gran puerta de madera de cedro de dos hojas. El escritor Pedro Prado hizo con sus manos la forja de la puerta exterior.

Así la casa pasó a ser una obra de arte colectiva.

A fines de 1920, Tupper tuvo una angustiante visión. Se subió al tope de la torre de tres pisos, miró hacia delante y sintió que navegaba solo en un día de temporal. Ya no podía seguir solventando a sus amigos, ni la mantención de la casona. La vendió en 1929 a quien le aseguró que la cuidaría.

Ha sobrevivido a demasiadas inundaciones, terremotos e incendios.

Su nuevo dueño fue Alfredo García Burr, uno de los más refinados coleccionistas chilenos. Herencia suya es la tina de mármol que tenía en La Moneda el presidente Manuel Montt y que está hoy en el patio central.

En el gran patio sucede casi todo: shows de música (la electrónica experimental es de culto aquí), teatro, matrimonios de hasta 200 personas, alguna celebración de empresas y otros. También existen salones techados para montar exposiciones o hacer muestras de cine.

En una de sus cinco salas grandes funciona la academia de baile Swingtiago (charleston, swing y lindy hop), con clases diarias.

Los descendientes de García Burr intentaron venderla, pero nadie les pagaba un precio cercano a su valor. Sus descendientes crearon la Fundación Cultural Casa de los Diez Alfredo García Burr, que se autogestiona para mantener el bien patrimonial. Le dicen la “casa estoica”, porque nada (ni nadie) ha logrado derribarla en 170 años. Se solventa con el arriendo de las instalaciones.

Lo mejor es ir a conocerla en una de las muestras culturales (hay estacionamientos pagados cerca en Santa Rosa).

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