Por Yenny Cáceres Abril 27, 2017

Guardianes de la Galaxia 2.

Entre tantos capitanes fantásticos y vengadores, el estreno de Guardianes de la Galaxia, hace tres años, fue un respiro. Su protagonista, Peter Quill/Star Lord (Chris Pratt), era un tiro al aire, un mercenario como Han Solo, un terrícola que había sido secuestrado por alienígenas cuando niño tras la muerte de su madre y que, para no olvidarla, escuchaba con devoción un casete con las canciones setenteras favoritas de ella.

Sin la grandilocuencia y la densidad impostada de otras películas de superhéroes, en Guardianes de la Galaxia había una sana autoconciencia de no tomarse en serio, todo era parodia desatada, con un ritmo trepidante y un soundtrack tan inesperado como eficaz. Su director, James Gunn, antes había estrenado Super, una película de bajo presupuesto sobre un superhéroe sin poderes, a lo Mirageman, un tipo que tras ser pateado por su esposa se inventaba una identidad justiciera con un traje, por supuesto, ridículo.

En un género donde todos aspiran a ser Christopher Nolan, Gunn convirtió a unos personajes más bien desconocidos del universo Marvel en un fenómeno de crítica y de público. Porque como sentenciaba la ruda Gamora (Zoe Saldaña) en la primera parte, los compañeros de aventuras de Peter Quill eran, de seguro, los “más estúpidos de la galaxia”. Una tropa de freaks y desadaptados entre los que había un tipo tan musculoso como bruto (Dave Bautista), un árbol que sólo repetía su nombre y un mapache parlante (en la voz de Bradley Cooper).

El éxito obligó a una secuela que se acaba de estrenar, y a una tercera parte que ya está confirmada, siempre con Gunn a la cabeza. En Guardianes de la Galaxia 2 el sello de la alianza de Marvel con Disney se hace más evidente y, a ratos, parece más bien una película animada. Lo cual no es malo, pero también es mucho más ingenua, con una vocación de cinta familiar —ahí,está el personaje de Baby Groot—, pero sin esas ráfagas de humor negro que hacían de la primera un divertimento sin culpa.

Gunn quiso ponerse serio y la película se vuelca a los dramas familiares de los personajes, partiendo por Peter Quill, quien resulta ser hijo de un dios milenario y extraterrestre, Ego, que interpreta Kurt Russell, el mismo de 1997: Rescate en Nueva York, esa ciencia ficción apocalíptica y ochentera de John Carpenter, en un divertido guiño de Gunn al género.

Después de ese fiasco y atentado a la entretención que fue Passengers, Chris Pratt ya había demostrado que un tipo tan encantador como él también puede equivocarse. Ahora, por exigencias del guión, aparece menos sarcástico y deviene en una suerte de Luke Skywalker arrojado a enfrentarse a un padre que nunca conoció. Y todos sabemos que si nos ponen a elegir, siempre preferiremos a Han Solo. Por eso, aunque rescata algunas magníficas canciones setenteras —como “Mr. Blue Sky”, de Electric Light Orchestra y “Father and Son”, de Cat Stevens— y conserva esa ligereza y el espíritu paródico de la primera, Guardianes de la Galaxia 2 es un chiste que funciona a medias. Nada, eso sí, que un paquete de cabritas no pueda arreglar.

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