Por Nicolás Alonso Abril 21, 2017

Better Call Saul. En Netflix.

Con tres temporadas en la espalda, y al menos otras dos por delante, ya es hora de dejar de juzgar a Better Call Saul como un simple spin-off de la inolvidable Breaking Bad. El hijo, digamos, ya tiene edad como para caminar sin ayuda de papá Walter. O, al menos, debería. Luego de una primera temporada tan lenta como los días en Albuquerque, en su segundo ciclo la serie apretó el acelerador y encontró sus mejores momentos cuando por fin se desató la batalla fratricida entre Jimmy McGill, el abogado bonachón, de poco vuelo y dudosa ética que algún día se convertirá en Saul Goodman, y su hermano, el también abogado Chuck, ese arquetipo —algo caricaturesco, pero muy bien actuado— del hermano mayor responsable y juzgador que existe en casi toda familia.

El arranque de la tercera temporada de la serie, sin embargo, está demostrando que esos grandes momentos entre los hermanos McGill van a seguir alternándose con esas otras secuencias largas y aburridas en que Vince Gilligan y Peter Gould —los creadores de la serie— parecen demasiado enamorados de su propio pasado. Porque hay que decirlo: Mike Ehrmantraut, ese ex policía, abuelo de plaza y futuro sicario que interpreta Jonathan Banks es un personaje extraordinario, qué duda cabe, pero la serie de Netflix parece hipnotizada con cada gesto y con cada arruga de su rostro, eternamente fastidiado. Y lo hace pasearse por el desierto de Albuquerque en constantes déjà vu de Breaking Bad que se alargan capítulos enteros, ceremoniosamente, mientras la acción nunca termina de llegar. O peor: que llegan a su clímax en el momento  exacto en que la serie desempolva algún personaje del baúl de Walter White, como el gran rey de la metanfetamina y del pollo frito, el villano afectuoso Gustavo Fring.

Pero parece demasiado fácil, y la serie otra vez pierde vuelo. Ver a Giancarlo Esposito interpretando a Fring es un placer en sí mismo, pero anuncia lo evidente: que Better Call Saul, en vez de seguir forjando su propio carácter y narrativa, va a bucear otra vez en el pasado de los íconos que dejaron las narcoaventuras de Walter White, y que todo se va volver, otra vez, lento y cargadito al autohomenaje. Ya lo dijo Esposito hace unas semanas: cuando termine este spin-off a él le gustaría tener su propio spin-off, y los fanáticos aplaudieron la idea. El punto es hasta dónde tiene sentido seguir inventando pasados para personajes que no tendrán horas más altas que las que ya tuvieron. O futuros, porque también queda tiempo para intercalar secuencias en blanco y negro de lo que pasó post Breaking Bad. Allí, en el medio, queda la magnífica Kim Wexler (interpretada por Rhea Seehorn), la novia abogada de Jimmy que sabemos, y duele saberlo, tarde o temprano va a tener el corazón roto. Pero todo se pierde un poco entre tanto paseo por el desierto y pollo frito.

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