Por Patricio Jara Abril 21, 2017

El bazar de los malos sueños, de Stephen King. A $16.000.

“Nunca percibo tan vivamente las limitaciones de mi talento como cuando escribo narrativa breve”, confiesa Stephen King en el prólogo de El bazar de los malos sueños (Plaza & Janés), su reciente libro de cuentos. El autor asegura que ha tenido que luchar “con una sensación de ineptitud, con un profundo temor a ser incapaz de salvar la brecha entre una gran idea y la realización de las posibilidades implícitas de esa idea”.

Al avanzar en las 600 páginas del volumen da la impresión de que King está más seguro del tipo de lector que lo sigue antes que del tipo de historias que cuenta. Imagen L6Por eso corre el riesgo de introducir cada relato con un comentario personal que contextualiza la narración. No es primera vez que lo hace y a ratos sus preámbulos, lejos de aguar la fiesta, son tan divertidos y sinceros que si alguien se anima a leerlos todos de manera consecutiva, es probable que se encuentre con otro libro corriendo en paralelo, uno que muestra la vocación de un autor entrado en los 70 años. Sí, Stephen King está viejo y todos hemos envejecido junto a él.

Compuesto por veinte relatos breves (que en sus parámetros pueden llegar a las 70 páginas sin problema), el libro cruza infinidad de temas y personajes: desde un anciano que pasea por una playa de Florida y comienza a ver curiosos mensajes escritos en la arena, hasta un profesor de literatura que no acepta el Kindle como herramienta de trabajo (mientras, lee 2666, “ese libro disparatado que tenía su interés”).

Los mejores momentos, sin embargo, están en aquellos textos en que se atreve con zonas menos exploradas, como “Premium Harmony”, un homenaje a Raymond Carver cuyo resultado es, cuando menos, desconcertante. King cocina con los mismos ingredientes: una pareja fisurada que va de compras a un supermercado y un hecho sorpresivo que hace girar la historia. Está contado en tercera persona y en tiempo presente. Nada más Carver, pero con el pulso de alguien situado en la vereda contraria.

Lo mismo pasa en “Trueno en verano”, cuando vuelve a un tema recurrente en su obra: el fin del mundo, pero ahora desde los ojos de la gente común. Esta vez son dos vecinos que viven en algún punto de los Estados Unidos profundos, lejos de las grandes ciudades y, por lo mismo, se han salvado de la destrucción causada por un ataque nuclear. Se visitan de vez en cuando, toman Budweiser y contemplan los atardeceres radiactivos a la espera de que les llegue la hora. Y tal como ocurre en las buenas historias, no importan tanto los desenlaces como los caminos hacia ellos. Y King, qué duda cabe, sabe muy bien cómo transitarlos.

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