Por Esteban Catalán Marzo 17, 2017

“Love”. En Netflix.

En uno de los capítulos fundamentales de la nueva temporada de Love, Mickey (Gillian Jacobs) le confiesa a Gus (Paul Rust) que está teniendo su mejor día  en mucho tiempo. No parece tan complicado: han decidido irse a la playa para quemar la tarde juntos. Entonces, sobre un puente, ella decide abrirle el corazón. ¿Cuál es la peor cosa que has hecho?, pregunta sin poder mirarlo a los ojos. Gus le cuenta, con torpeza, la historia de una broma universitaria que lo mortifica. “No puedo jugar este juego contigo —responde Mickey—. Eres un amateur”.

La escena condensa la inesperada belleza que aparece por momentos en esta segunda temporada de la serie —ya disponible en Netflix— creada por Judd Apatow (Virgen a los 40, Girls), el propio Rust y su esposa, Lesley Arfin. Volvemos a encontrarnos con Mickey y Gus, una pareja dispar y algo volátil (ella luchando por salir de sus adicciones, él empeñado en agradarles a todos), que terminaba intentando darse una nueva oportunidad. Después de una primera temporada que parecía remitir al rincón más simplón del universo de Apatow —lleno de adultos que se resisten a crecer—, la historia de Mickey y Gus ahora intenta dar un salto.

Aunque en esta segunda temporada vuelven a revolotear algunos personajes gruesos, historias secundarias que no funcionan y un romanticismo que parece fuera de época, la química entre Rust y Jacobs está intacta y hace olvidar la idea de un amor improbable mientras brilla el sol en Los Ángeles. Esta vez ambos deciden tomar el camino largo: intentar ser una pareja real. En ese viaje, la complejidad de Mickey —no en la dependencia del alcohol, las drogas y el sexo que declama, sino en el arco de egoísmo, fragilidad y nobleza que es capaz de mostrar— luce en el rol de Jacobs a tal punto que es inevitable preguntarse si la serie sólo debería centrarse en ella.

Sin embargo, y más allá de lo planas que resultan las historias de Gus en su trabajo como tutor de Arya —interpretada por Iris Apatow, hija de los creadores de la serie—, Love funciona con el quiebre acechando como una espada de Damocles sobre los protagonistas, motivados y felices, pero sobre todo en alerta con semejante carga de dopamina. Como el mismo Gus dice: “Cuando algo como esto está saliendo tan bien, me pongo supernervioso, pensando cuándo va a pasar algo malo y todo se va a terminar”. El amor ha resultado ser una gema extraña que han descubierto, un arcaísmo que termina por conmover. Ayuda también la estupenda banda sonora, desde “What Makes You Think You’re The One” de Fleetwood Mac hasta la conmovedora versión de Beck para “True Love Will Find You In The End”, pasando por Fiona Apple y The Velvet Underground.

Love entrará en su tercera temporada
—ya confirmada por Netflix— con sus protagonistas mejor armados para definir qué quieren ser y con un pequeño mundo que ha ganado en matices y colores a punta de chistes y gestos tan hermosos como brutales. Por ahora, el viaje ha valido la pena cuando logra una genuina honestidad. Como cuando Mickey, en el puente, explica por qué es necesario conocer la peor cosa del otro: “En algún momento lo sabremos. Mejor que sea ahora”.

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