Por Constanza Gutiérrez Marzo 10, 2017

“Espiral”, de Armisticio.

Hacer un disco significa mucho tiempo, y Matías Soto (19) decidió que quería dedicárselo todo: dejó de ir al colegio cuando tenía 16 años, aprendió a usar máquinas y programas para grabar sus canciones, y pasó dos años componiendo y programando baterías, bajos y guitarras. De esa exploración salió su primer disco, Decay Dreams (2015), bajo el nombre de Armisticio. Luego conocería a Renato Alvarado y Fernando Gallucci, dos técnicos en sonido argentinos que escucharon sus demos y se ofrecieron a producir su nuevo álbum. Así, tras pasar otro año trabajando en sus canciones y viajando a Buenos Aires para grabar, en diciembre pasado lanzó Espiral bajo 1000 Cometas, subsello de Sudamerican Records que busca dar salida a músicos nuevos y muy jóvenes.

Como todas las cosas, el pop tiene dos caras. Por una parte está el lado que parece frívolo porque celebra el artificio, y por otra, el lado intimista, el que no finge. Ambos sonidos son igual de brillantes y Armisticio quiso explorar los dos: sus canciones son tan íntimas que al escucharlas se siente como flotar en el estado de ánimo de Matías Soto. Lo digo para bien: Espiral es el disco de alguien de dieciséis o diecisiete años. Sus canciones son complejas, sensibles sin afectación, repletas de imágenes y evocaciones. Espiral suena a New Order, a The Field Mice y, por supuesto, a él mismo: no se parece en nada a los otros proyectos musicales chilenos de este momento, con los que sin embargo comparte escenarios y tocatas. Mientras esperamos la edición física de Espiral, Armisticio sigue presentando el disco en distintos lugares de Santiago. También puede escucharse en sus cuentas Soundcloud y YouTube.

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