Por Natalia Correa Marzo 24, 2017

Una joven argentina viaja a Inglaterra a seguir con sus estudios de posgrado. Consentida, cruel y autoflagelante, la protagonista de Buena alumna (Minúscula), la primera novela de Paula Porroni (Buenos Aires, 1977), juzga a los demás con la misma ferocidad con que se critica a sí misma. Lamenta sus debilidades con castigos en su piel: cortes y golpes que le recuerdan sus fracasos en un ambiente donde todos luchan por sobresalir.

La novela ya ha recibido elogios en España y Argentina, donde Alan Pauls le dedicó una lúcida reseña en la que definió Buena alumna como un libro “seco y brutal”.

—El personaje principal está lleno de manías y detalles minuciosos. ¿Has conocido muchas “buenas alumnas”?

—Supongo que conozco hartas. Tal vez yo misma, en algún sentido, haya sido una. Las estudiantes que conocí en la Universidad de Cambridge (donde cursó un máster en Estudios Latinoamericanos) fueron, tal vez, las más perfectas y disciplinadas. Tenían algo de autómatas, en apariencia sin fisuras. La universidad es tan prestigiosa que hay más en juego y los estudiantes tienen expectativas muy altas para sí mismos y sobre su futuro. Claro que, en cuanto se abre una grieta, todo se cae a pedazos. Son existencias muy frágiles, sobre todo las de las estudiantes mujeres, sostenidas lábilmente por las buenas notas y el estudio. Por otro lado, si bien la identificación no me parece necesaria para la lectura, me gusta que la novela ofrezca una suerte de espejo opaco, donde el lector pueda ver reflejado lo peor de sí mismo.

— ¿Fue difícil crear un personaje así de antipático e incómodo?

—Supongo que sí. A veces, después de escribir, tenía que hacer un esfuerzo para sustraerme del ambiente tóxico de la novela. La escritura supuso amplificar toda una serie de sentimientos y pensamientos oscuros y, al terminar el día, me costaba apartarme de ese clima de violencia.

—Eres la segunda latinoamericana publicada por Minúscula, ¿qué fue lo que te atrajo de su proyecto editorial?

—Llegué a Minúscula a través de la obra de Annemarie Schwarzenbach, la escritora suiza, y enseguida me atrajo lo excéntrico de su catálogo, lleno de autores geniales y raros de Europa Central. Me gustó que hubiera tantas traducciones del alemán y que publicaran obras de géneros “menores”, como diarios de viajes, cartas y otros textos híbridos. Hay muchos exiliados, refugiados y nómades con los que comparto el vivir o haber vivido muchos años en un país diferente al de nacimiento.

—Aunque vives en Inglaterra y escribes desde allá, la tradición literaria de Argentina debe ser importante para ti, ¿no? ¿Qué te interesa de ella?

—La libertad que te da para leer y escribir lo que quieras. Te recuerda que no hay que caer en la trampa del estilo, no tener miedo de destruir y volver a empezar. Tengo autores favoritos, a los que vuelvo una y otra vez. Mientras escribía la novela, leí una decena de veces Hospital Británico de Héctor Viel Temperley. Había algo que me llamaba, tal vez relacionado con el éxtasis y el cuerpo. Siempre me deslumbraba y después me costaba mucho retomar la novela.

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