Por Carlos Reyes M. Marzo 31, 2017

La sofisticación en sandwichería puede ser un arma de doble filo. Ya lo supo La Superior, una de las más jugadas propuestas entre dos panes del Santiago contemporáneo. Su idea de diversidad criolla —mechada, lengua, fricandelas, churrascos— chocó frente al gusto de un público, en esta vuelta, más dado a la uniformidad. El mensaje fue captado, y apareció en su reemplazo, cortesía de sus mismos dueños, el actual urbanismo hamburguesero. Su nombre: Burgs.

Con pocos días funcionando muestra sus cartas: mucha luz blanca, claridad y evidencia de sencillez embiental en sus sillas como de colegio. Una filosofía extendida a sus platos, en apariencia, pero que encierra buena parte de la experticia del anterior local: sus hamburguesas se basan en carne de vacuno chilena, sin congelar, armadas y cocinadas en el momento (en tres tamaños, simple, grande y doble) y que pueden ir con un pan brioche suave, pero con cierta resistencia (que se puede tomar con la mano), o al plato, sin masa de por medio. Al comer apareció un dato alentador: equilibrio entre la carne y el resto de los ingredientes, cediendo protagonismo a la proteína, pero sin olvidar a los consortes. Eso pasó con la Hamburguesa Blue (desde $ 5.900), una de sus 10 opciones. Ahí el queso azul, chutney de manzana, tocino y hojas verdes fueron un todo más allá de la suma de sus partes. Lo mismo ocurrió en una con sentido más clásico como la Brooklyn (desde $ 5.700) con salsa de la casa, cebolla crispy, tocino, pepinillos y salsa de queso cheddar.

¿Algo en falta? Más crocancia y el control de la sal en las papas delgadas. Aunque también ofrecen otras más gruesas, con cáscara, más sabrosas. Parte de la propuesta en un lugar que busca su espacio en un sector de Providencia que va por la renovación. Es que ahí se instalará el nuevo bistrot de Ambrosía, por ejemplo, que reivindica el carácter urbano y más simple de las cocinas jóvenes. Y esta, la de Burgs, va por ese camino.

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