Por Alejandra Costamagna Enero 27, 2017

Ñuke: hasta el 5 de febrero en el GAM.

Uno de los mayores méritos de las obras de Paula González Seguel es su capacidad de generar atmósferas tan envolventes y genuinas, tan próximas a sus referentes que nos transportan a un tiempo y un espacio paralelos. Así ha ocurrido en montajes como Galvarino, en el que reconstruye la historia de Galvarino Ancamil, mapuche asesinado en 1993 en Rusia por un grupo neonazi; Bello futuro, donde recrea los testimonios de un grupo de trabajadoras de CEMA Chile en los años ochenta; o La Victoria, que relata la cotidianidad de nueve pobladoras a cargo de ollas comunes en los tiempos de Pinochet. Y así ocurre también en Ñuke (“madre” en mapudungun), que por estos días se presenta en una ruca de madera y totora instalada en la plaza central del GAM. Tal como en las obras anteriores, el acabado proceso de investigación, la fuerza de lo real y el carácter de documento de la puesta en escena acá son fundamentales.

A partir de un texto escrito por David Arancibia en los talleres del Royal Court Theatre, inspirado en una escena de Terror y miseria del Tercer Reich, de Bertolt Brecht, González y su equipo multidisciplinario recogieron diversos testimonios en la comunidad de Lencanboldo, localidad de Cañete, para ahondar en la historia de una madre que debe lidiar con la prisión de su hijo mayor en La Araucanía y la desaparición del menor en una balacera. Pero también vemos parte de la biografía de los actores en escena. Ñuke nos vuelve testigos de la vida cotidiana de una familia mapuche al interior de su ruca y del diálogo con el resto de la comunidad violentada permanentemente: la profesora del colegio, el peñi, la vecina que carga con una rabia histórica.

La atmósfera resulta tan contundente que por momentos da la sensación de que las palabras sobraran. Tal como en los montajes anteriores y al modo de un documental en vivo, la obra se desarrolla en tiempo real: los minutos que las mujeres demoran en amasar las sopaipillas, ponerlas en el fogón, que permanece siempre encendido, y comerlas cuando estén listas. Lo que dura una discusión sobre las diversas estrategias frente al hostigamiento policial. Los silencios que hay entre mate y mate. Los conmovedores cantos en mapudungun de Elsa Quinchaleo y del niño Benjamín Espinoza. Trasladarnos a ese entorno sin mayores artificios es otro logro más de este trabajo que da continuidad a la obra documental de González Seguel y su compañía.

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