Por Marisol García Enero 25, 2017

Vendaval, de Rulo. rulomusic.com

Las listas con lo mejor del año no terminan de armarse en diciembre, sino que en enero. Hacia fines de 2016, David Eidelstein (conocido públicamente como Rulo desde el inicio de su trabajo como bajista enLos Tetas) presentó con más discreción de la merecida su primer disco solista. Y Vendaval es una sorpresa, no sólo por la autonomía de ese paso autoral. Se trata de uno de los discos chilenos mejor elaborados del último tiempo, con canciones de firmes melodías arregladas sin timideces, lejos de la austeridad eléctrica que podría asociarse a alguien formado en la escuela del rock y el funk. Suenan decenas de instrumentos en estos diez temas, partiendo por los siete que toca el propio Rulo. Hay guitarras de varios tipos, hay bronces, hay órganos de vieja y nueva data, hay percusiones nacidas en países diversos (como el cajón peruano, el tañador cuequero y el shekere africano). Y quizás lo más inesperado sea el molde musical al que el autor ha decidido ceñirse esta vez: canciones de amor con deuda hacia diversos ritmos latinoamericanos, sobre todo el vals peruano y el pulso brasilero, entregadas con un imaginativo esfuerzo de armonías vocales (en diversos tonos, hasta el del falsete) y las letras de un hombre que ha superado la pobre convención baladística de la declaración esperable a una otra lejana. “Parado frente al destino / veo claro mi camino / todo lo que he aprendido / y todo lo que se ha ido”. Esos versos de “Vendaval” son los de una canción romántica, pero no cuesta aplicárselos a un trayecto solista que se inicia con ejemplar firmeza: “Ahora se abren otras puertas / porque la tuya se cerró / la vida otra vez comienza, / es el eterno ciclo…”. 

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