Por Yenny Cáceres Diciembre 9, 2016

“Sully: Hazaña en el Hudson”, de Clint Eastwood.

¿Cómo se juzga la vida de un hombre en dos horas de película? Esa pregunta, que cruza todo el cine de Clint Eastwood, está en el germen de su nueva cinta, Sully: Hazaña en el Hudson. En este caso, la pregunta es mucho más acotada incluso: ¿Es justo que 40 años de vuelo sean juzgados por 208 segundos?

Esa es la duda que corroe al capitán Sully (Tom Hanks), piloto de un avión comercial que pocos minutos después de despegar del aeropuerto LaGuardia, en Nueva York, sufre un desperfecto técnico en dos motores de su aeronave y debe tomar la decisión más difícil de su vida: regresar a LaGuardia o intentar una solución fuera de todos los pronósticos. Sully sigue su instinto y realiza un impensable aterrizaje en el río Hudson, frente a Manhattan, que logra salvar la vida de todos los pasajeros y los tripulantes.
Basada en hechos reales, la cinta funciona como el reverso de lo que fue esa sátira exquisita de los medios de comunicación en Héroe por accidente, de Stephen Frears. A diferencia de Dustin Hoffman, nadie podría dudar en calificar como un héroe de verdad al personaje de Tom Hanks, pese a que las autoridades aeronáuticas inician una investigación, cuestionando su arriesgada decisión.

En las películas de Eastwood, un héroe puede tomar distintas formas. Ya sea un veterano misántropo de la guerra de Corea en Gran Torino, explorando el delirio creativo del genio en Bird, o como un personaje en busca de la redención en Los imperdonables. A veces, incluso, puede encarnarse en la figura de una mujer, como ese ángel caído en Million Dollar Baby. Y en el extremo de todo, también puede alojarse en el heroísmo silencioso de esa dueña de casa que deja ir al amor de su vida por sus hijos en Los puentes de Madison, en la que en apariencia es la menos eastwoodiana de las películas de Eastwood.

El Sully de Tom Hanks devela una cierta cualidad eastwoodiana en la mesura, en cómo mastica las palabras, en cómo se revela como un hombre de carne y hueso, y por eso a Eastwood se le perdona ese tufillo patriota que exuda la película, y que se volvía insoportable en El francotirador.
Cada vez más, Eastwood emerge a contracorriente del cine actual, con su cine de personajes y un clasicismo que recuerda al viejo Frank Capra, con esos héroes anónimos y cotidianos que conmueven.

Porque el núcleo de todo en Eastwood es la pregunta por el héroe, o qué es lo que hace que un hombre se convierta en un héroe. La respuesta no es fácil y está llena de matices. Lo que sí está claro es que si existe algún Dios, debiera filmar así. Con más corazón que odio.

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