Por Álvaro Bisama Noviembre 25, 2016

“Billions”, por Netflix.

En una entrevista en esta misma revista, el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, confesaba haber terminado la primera temporada de Billions. Es una declaración interesante: la serie es un relato descarnado y brutal sobre cómo funciona el poder económico y político, todo a partir del duelo sucio entre un fiscal neoyorquino (Paul Giamatti) y un millonario excéntrico (Damian Lewis) al que quiere atrapar.

Pero esto no es House of Cards. Acá no hay elegancia ni sofisticación. Creada por Brian William Koppelman y David Levien (que estaban detrás de La gran estafa 3 y Rounders) junto con el periodista de economía Andrew Ross Sorkin, el relato está lleno de carne, sangre, vísceras y carece de cualquier sutileza mientras mezcla la acumulación obscena de capital con el sadomasoquismo y la lluvia dorada; o la heráldica de las viejas familias de Manhattan con la moral bestia de los brokers más desalmados.
Porque acá no hay piedad. No hay compasión. Todo vale, todos van a caer, van a quemarse. Excesiva y feroz, la serie se pregunta cómo funciona la relación entre poder y dinero después del 11/9 y cómo esto configura no sólo un orden político sino moral.

En un mundo donde Donald Trump es el presidente electo de Estados Unidos, tiene más sentido que nunca verla. Presentando a Wall Street casi como un barrio rojo, al fondo de la entretención pura de Billions está el pantano viscoso donde habita el comportamiento de las élites, pero también la obsesión americana por el dinero como un fetiche insoslayable, más poderoso que el sexo, algo corrupto, violento y fascinante.

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