Por Yenny Cáceres Noviembre 25, 2016

“La llegada”, de Denis Villeneuve.

La película más romántica de la temporada es una película de ciencia ficción. Esa es una de las paradojas tras La llegada, la nueva entrega de Denis Villeneuve (Sicario). En la misma tradición que Solaris, de Tarkovsky, y más recientemente Moon, de Duncan Jones, La llegada es más que una película de ciencia ficción, aun cuando cumpla con todas las reglas del género.
Louise Banks (Amy Adams) es una académica y respetada lingüista que es reclutada por el ejército norteamericano luego de que una serie de naves extraterrestres aterrizan en distintos puntos de la Tierra. Su misión será intentar comunicarse con estas criaturas, apodadas heptápodos por su forma irregular y porque tienen varias extremidades, tarea en la que es secundada por el científico Ian Donnelly (Jeremy Renner).

La película es una adaptación del cuento “La historia de tu vida”, del premiado escritor Ted Chiang, un relato fascinante que indaga sobre los estados de conciencia simultáneos y de cómo el lenguaje, y en este caso específico el sistema de escritura de los heptápodos, determina nuestra manera de pensar. Así, a medida que Louise va aprendiendo el lenguaje de los extraterrestres, las nociones de pasado y futuro comienzan a diluirse.
Villeneuve filma con delicadeza e inteligencia, respetuosamente apegado al espíritu del relato original, pero también con las armas del cine, valiéndose de ese esculpir en el tiempo del que hablaba Tarkovsky, al proponer una narración que en su montaje explora sobre los mecanismos de la memoria.

A ratos, La llegada es una película romántica atípica. Nunca vemos la etapa del romance, sólo el inicio y el final y, como en Sicario, toda la carga dramática recae en una mujer, una inolvidable Amy Adams. Porque detrás de todas las etiquetas, La llegada es también una historia entrañable sobre el amor filial de una madre a su hija. Un relato que se asemeja al abrazo de una madre a un hijo: irrepetible, único, fuera del tiempo.

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