Por Yenny Cáceres Octubre 14, 2016

“Juan Dávila: Imagen residual”: hasta el 18 de octubre en Matucana 100.

Se fue de Chile en 1974, se instaló en Melbourne, Australia, y desde allí nunca ha dejado de venir. Pero Juan Dávila (1946) sigue siendo un misterio. Es quizá el más importante pintor chileno de la actualidad, pero pocos han podido ver sus obras en los últimos años. Aun así, se lo estudia con fervor en las escuelas de Arte y es un referente ineludible para las nuevas generaciones, mientras el mito Dávila crece.
“Dávila mantiene una lealtad feroz con sus orígenes”, escribía el crítico Guy Brett en la indispensable monografía publicada a raíz de su retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo de Sydney, en 2006. Esa misma lealtad cruza su actual exposición en Matucana 100, la más grande que ha presentado en Chile y que debería ser considerada como un hito para el arte local.

Artista de bajo perfil, que casi no da entrevistas y que fue estigmatizado como polémico después de pintar a un Simón Bolívar travestido en los 90, Dávila vuelve a casa para sacudir las etiquetas y demostrar por qué ha llegado tan lejos en su carrera, hasta exponer en la prestigiosa Documenta de Kassel, en Alemania, en el 2007.

Curada por el español Paco Barragán —en su despedida de este Centro Cultural—, Juan Dávila: Imagen residual reúne obras realizadas entre 2010 y 2016, 50 trabajos que incluyen óleos de gran formato, serigrafías, obras sobre papel y gouaches, junto con un mural pintado in situ.

En uno de los mejores montajes que se han visto en la galería de Matucana 100 — comparable a la instalación Rúbrica, de Gonzalo Díaz, en el 2003—, esta exposición demuestra que ese Dávila irónico, irreverente, nunca se fue. El Chile actual se cuela en una serie de afiches que hablan de un país que presume y aspira a una frágil modernidad. Puede ser un Costanera Center deformado o el baile promiscuo entre dos figuras travestidas, una representando a la Nueva Mayoría y la otra a Renovación Nacional.

Educado en la élite —Verbo Divino, Escuela de Derecho de la Universidad de Chile—, tempranamente Dávila se alejó de esa comodidad para retratar a los marginados, que en su caso pueden ser las mujeres, los pueblos originarios o los inmigrantes. Este último es el Dávila más desconocido para el público local, que aquí vemos en la serie Woomera (2001-2002, en la foto), que denuncia el rol de Australia frente a los refugiados.

Ese trazo furibundo y expresivo sigue intacto. Igual que esa cabeza abierta a todo tipo de referencias, desde la historia de la pintura al roto chileno. Juan Dávila nunca se fue. Sigue aquí, incomodando y rabiosamente chileno.

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