Por Diego Zúñiga Septiembre 9, 2016

“La sabiduría sin promesa” y “Los decimonónicos”, de Christopher Domínguez Michael.

Christopher Domínguez Michael (1962) tenía poco menos de 20 años cuando escribió su primer ensayo literario. Luego siguió escribiendo en distintos medios, con un paso importante por Vuelta, la mítica revista fundada por Octavio Paz, y, de esa forma, Domínguez Michael fue descubriéndose lector, fue descubriéndose crítico, uno que se hizo a la antigua, un autodidacta que no pasó por la academia. Con los años, se convirtió en uno de los críticos mexicanos más reconocidos —y polémicos—, y empezó a escribir también sobre autores latinoamericanos en la revista Letras Libres y en El Universal, mientras su trabajo aparecía en recopilaciones como La sabiduría sin promesa y Los decimonónicos, ambos libros publicados por Ediciones UDP. Hace unas semanas le dedicó un ensayo a Roberto Merino, justo antes de venir a Chile, donde fue parte del jurado del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, que obtuvo César Aira.

—Héctor Soto decía que el proceso de ver una película o leer un libro no termina hasta que se sienta a escribir sobre lo que vio o leyó. ¿Qué piensas de eso?
—Me parece una imagen muy agradable, en efecto. La lectura de un libro sólo se completa cuando dialogas con los lectores, cara a cara o a través de una reseña. No es lo mismo acabar un libro que ponerse a escribir sobre él, porque cambia todo, y desde luego que la vida de los críticos literarios está llena de arrepentimientos. Yo leo críticas mías no de hace 15 años, sino de hace dos, y digo: “¿Qué estaba yo pensando que me gustó esto?”.

—¿De qué arrepentimientos te acuerdas particularmente?
—Son muchísimos. Es una vida llena de vergüenzas (Se ríe).

—Dicen que a un crítico siempre se le recuerda más por sus reseñas negativas.
—Absolutamente. El crítico es un señor que se la pasa admirando la obra de los demás. Si miro mis críticas, te digo que un 80% son positivas, un 10% negativas, y un 10% ambiguas, que son las que menos le importan a la gente. La gente quiere sangre o incienso. Si no hay ninguna de las dos cosas, bosteza.

—¿Y cómo es tu vínculo con los escritores?
—En las sociedades latinas todos los escritores somos amigos, enemigos, novios, ex novios… El modelo latino de literatura es que todos estamos mezclados, lo que hace mucho más difícil la crítica literaria. Yo el 95% de los autores vivos sobre los que escribo los conozco o los voy a conocer. En cambio, el modelo anglosajón tiene la universidad, que encapsula a la gente; y todavía hay, sobre todo en Inglaterra, críticos que si tienen un amiguito de la primaria que publicó un libro, por moral no escriben sobre él. En la crítica latina hay sexo, política, amistad, envidia, y los críticos somos reos de todas estas particularidades.

—¿Estás preparando algún libro?
—Tengo el proyecto de hacer una historia totalmente personal y arbitraria de la crítica en América Latina. De Chile me gustan los obvios. Alone me parece un crítico lleno de defectos, pero sin el cual no puedes entender la literatura chilena. Y aunque sé que jugó un papel complejo durante la dictadura, el cura Valente me parece una figura muy interesante. Me encantaría entrevistarlo, pero al parecer no se deja.

—¿Leíste Nocturno de Chile?
—Sí, claro. Cuando lo leí decidí que la novela que me hubiera gustado escribir sobre un crítico literario era esa, así que me quedé tranquilo.

Relacionados