Por Diego Zúñiga Septiembre 16, 2016

“Narcos” en Netflix.

Pablo Escobar está tirado en el pasto junto a sus dos hijos, abrazados, mirando el cielo, las nubes; les dice que miren las nubes, las figuras que se forman allá arriba.

Es una imagen bella y sencilla, que sólo dura unos segundos porque luego aparece uno de los hombres que cuidan a Escobar y le dice que volvió a Colombia el general Carrillo, el mismo que asesinó a su primo y socio, Gustavo Gaviria.

La vida del líder del Cartel de Medellín que nos muestra Narcos, la serie de Netflix que acaba de estrenar su segunda temporada, es siempre así: la felicidad no dura más que un par de minutos, no puede durar más, por más que intente buscar una cotidianidad en medio de todos los muertos que va dejando esta guerra que se desata entre los hombres de Escobar y la policía colombiana.

Si en la primera temporada descubríamos cómo Pablo Escobar se convirtió en una bestia poderosa y se escapaba, en el último capítulo, de la cárcel; en la segunda vemos más bien su caída, los intentos por reconstituir el Cartel de Medellín y cómo todos sus enemigos —el Cartel de Cali, la policía, la DEA— se iban a unir, de una u otra forma, para acabar con él.

Lo que vemos ahora, entonces, es la caída de un personaje descomunal, interpretado por un impresionante Wagner Moura, que con su acento tan extraño y único le terminó dando un estilo particular a Escobar. Es cierto, quizá al principio podía hacer ruido ese detalle, pero finalmente aquella lengua privada en la que habla Escobar termina siendo uno de los mayores aciertos, pues genera extrañeza y distancia en un personaje que resulta tan aborrecible como fascinante, y que observamos en estos 10 capítulos cómo va deteriorándose lentamente, cómo va quedándose solo, aunque a ratos parece ser inmortal.

Narcos empezaba de manera algo dubitativa, sobre todo porque la voz del narrador, el agente de la DEA Steve Murphy, se volvía insoportable a ratos, con un tono de superioridad y paternalismo yanqui que iba a teñir, en parte, toda la serie. Sin embargo, poco a poco esa voz en off iba a ir desapareciendo para darle mayor relevancia a las imágenes y a las escenas de acción, dos de las mayores cualidades de esta producción de Netflix, que serían explotadas sobre todo en esta segunda temporada, volviéndola en muchos sentidos adictiva y fascinante: Pablo Escobar escapando una y otra vez de la policía, de la DEA, de Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar); persecuciones memorables y personajes secundarios que van creciendo capítulo a capítulo hasta llegar a un final que está a la altura de la serie, que ya anunció dos temporadas más.

Es cierto: Narcos tiene muchas debilidades —sobre todo si hacemos una lectura política o analizamos cómo trabajan la espectacularidad de la violencia —, pero es innegable que como serie de acción funciona muy bien. No es una pequeña obra maestra como The Night Of —una de las series más impresionantes de este 2016—, pero sí uno de los puntos altos de esta temporada.

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