Por Yenny Cáceres Septiembre 2, 2016

“Aquí no ha pasado nada”, de Alejandro Fernández.

Desde sus inicios con Huacho, el cine de Alejandro Fernández Almendras siempre ha sido político, lejos del ombliguismo y de las imposturas estéticas de otros cineastas de su generación. Ahora, con su nueva película, Aquí no ha pasado nada, Fernández da un paso más allá en su apuesta por un cine anclado en el Chile real.

Fernández es un cineasta de la calle, un observador implacable de la sociedad chilena y sus intersticios, quizá una herencia de sus días de periodista. En Huacho (2009) y Sentados frente al fuego (2011) quiso indagar en el mundo rural, alejándose de los clichés dieciocheros y paternalismos con que se suele mostrar al campo chileno. Más tarde, en Matar a un hombre (2014), armó un retrato sobre la marginalidad y la justicia, que funciona como un contrapunto de Aquí no ha pasado nada.

Inspirada en el caso de Martín Larraín, los alcances de Aquí no ha pasado nada superan ese suceso puntual. Porque Fernández se propuso filmar la impunidad, y lo hace de la única manera posible que se puede hacer: con rabia.

Es el fin del verano en Zapallar, y Vicente (Agustín Silva) es un universitario más bien taciturno que gasta sus días entre sus idas a la playa, las juntas con amigos y alguna polola ocasional. En una de esas noches de juerga, sale con los Larrea, miembros de una poderosa familia, con un senador entre sus filas.

El ritual de reconocimiento entre Vicente y los Larrea opera como siempre en esos círculos: recitando colegios y parentescos. Vicente es uno de ellos, pero un confuso accidente en auto, que termina con un muerto, lo pondrá en una disyuntiva moral cuando los Larrea intentan culparlo de todo.

A diferencia de las películas anteriores de Fernández, acá no hay pobres y las nanas son apenas unas sombras que están para recoger la mugre de sus jefes, incluidos estos jóvenes entregados a la fiesta y el alcohol. Fernández filma con rabia, pero también con pasión esas noches de embriaguez, lo que se nota en una cámara con nervio y en una inspiradísima banda sonora. Es la primera vez que se mete en el mundo de la clase alta, pero tampoco cae en la caricatura en el retrato de Vicente que, al final, no es más que otra víctima en esta historia. Como le dirá en un momento el abogado de los Larrea (Luis Gnecco):

“Nosotros te podemos ayudar mucho más de lo que tú te puedes ayudar a ti mismo”. El resultado es una película vital y corajuda, el mejor retrato del Chile de estos días, asqueado de tanta impunidad.

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