Por Gonzalo Maier Septiembre 2, 2016

“Blonde”, de Frank Ocean.

En el mismo infierno donde arden —cruzo los dedos— las chaquetas arremangadas y el axé, terminará la voz metálica que, por estos días, abunda en un montón de discos nuevos. La podrán encontrar en el último de Grimes, de Kanye West, y ahora en Blonde, el muy comentado álbum de Frank Ocean.

Llegado a este punto, lo importante: el disco está muy bien. Gran parte de los méritos se los lleva ese ánimo íntimo y casero que abunda en las 17 canciones que el músico californiano acaba de lanzar en medio de un escándalo de sellos discográficos y contratos, que no detallaré para evitarles una lata insufrible.

Con letras cotidianas, Ocean despacha un disco que avanza por la vereda del rhythm and blues y el hip hop de autor, acompañado por Beyoncé, el bueno de Kendrick Lamar, James Blake, Pharrell y otro montón de colaboradores. Grabar un disco que apuesta por la intimidad junto a las estrellas musicales de turno puede sonar paradójico —de hecho, lo es—, pero el resultado no deja de ser interesante.

Quizá esa misma ambigüedad tan cuidada es lo que sitúa a Blonde en una órbita nocturna, quieta y desolada, que podría ser la banda sonora de un desesperado que deambula por una ciudad oscura o de una estrella pop que busca darle un giro a su carrera.

Relacionados