Por Alejandra Costamagna Agosto 5, 2016

“Yo tengo una visión bien porno de la política”, decía el dramaturgo Benjamín Galemiri a fines de los años 90. Era su época de oro: el momento en que obras como El solitario (1994), Un dulce aire canalla (1995) o El seductor (1996), estrenadas bajo la dirección de Alejandro Goic, lo instalaban como uno de los dramaturgos más talentosos y perturbadores del momento. Y aunque el talento siguió con los años, luego fueron entrando a escena nuevos creadores y el paisaje se diversificó. Hoy, casi dos décadas más tarde, la visión de Galemiri sigue intacta. Y es posible apreciar esa mirada “porno” de la política en su versión de El avaro, de Molière, escogida por el Teatro Nacional Chileno para conmemorar sus 75 años de existencia.

Puede parecer extraño que la institución recurra a un clásico francés del siglo XVII para el festejo de sus tres cuartos de siglo, pero a la luz de los resultados hay entero sentido en la elección. Galemiri, en dupla con el director Andrés Céspedes, traslada la ácida comedia que aludía a la corte de Luis XIV para instalarla en el Chile de hoy, con sus brotes de corrupción, su democracia coja y su pasado pinochetista. Y, en estrecha sintonía con el poder y la avaricia, el dramaturgo añade un carácter hipersexuado a la trama completa. La historia de Molière es la misma: Harpagón es el tacaño progenitor de Elisa y Cleanto. Padre e hijo están enamorados de la misma mujer y se enfrentan con distintas herramientas (el dinero uno, la pasión juvenil el otro) para conquistarla. La hija, en tanto, vive un amor clandestino con un asistente del padre. Hay también una mensajera, un abogado, unos sirvientes y otros personajes que dan vida a esta envolvente comedia. Y Galemiri mantiene a cada uno en su lugar, pero moldea sus características y en algunos casos otorga mayor protagonismo a los roles al incorporar monólogos o acentuar unas personalidades excéntricas. Es el caso del sirviente la Flecha, por ejemplo, interpretado con sobrada gracia por Sebastián Layseca, que se enamora del patrón y despliega un jocoso discurso sobre el dilema de “ser o no ser gay”.

Aunque el montaje mantiene el ritmo de principio a fin, hay que advertir que tiende al exceso, y a ratos agota con la propensión a atiborrar los diálogos de múltiples citas (desde Georges Bataille a Bob Dylan) y vocablos en francés, que vuelven algo siútico el texto. Es el Galemiri más auténtico, el de El seductor o El cielo falso. Pero también el más verborreico.

“El avaro”, en el Teatro Nacional Chileno.

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