Por Diego Zúñiga Agosto 26, 2016

“Gatos ilustres”, de Doris Lessing.

Gatos ilustres (Lumen) puede ser un título engañoso. En una primera instancia podríamos pensar que se trata de un catálogo de gatos famosos, pero basta leer las primeras páginas de esta obra de la Premio Nobel Doris Lessing para entender, rápido, que en realidad es una historia privada sobre sus gatos, sobre aquellos felinos que marcaron su vida: sobre la gata gris y la gata negra.

Avanzamos, entonces, por las primeras páginas de Gatos ilustres y descubrimos, de inmediato, un libro entrañable y cercano, pero también brutal en muchos sentidos. De hecho, esto empieza con una matanza de gatos en una casa de campo en Sudáfrica. La imagen es esa: el padre de Doris Lessing encerrado en una pieza, sosteniendo en su mano un revólver de la Primera Guerra Mundial con el cual debe asesinar a más de cuarenta gatos salvajes.

Así empieza este libro amarillo, con una portada hermosa donde vemos la ilustración de un gato —hecha por la artista catalana Joana Santamans, quien aporta además otras ilustraciones muy bellas a lo largo del libro—, y parece todo amistoso, todo ternura, pero ya con ese comienzo brutal Lessing nos deja en claro que hablar de gatos no es sólo hablar de estos seres tan entrañables y únicos, sino más bien es hablar de un mundo complejo —y a veces salvaje—, en el que hay pérdidas, llantos, muertes, desapariciones y muchos pero muchos gestos inexplicables, porque en el fondo lo que intenta Lessing es retratar, justamente, un animal impredecible con el cual los humanos hemos generado lazos afectivos de una intensidad absoluta.

Ese lazo es el que vemos surgir cuando Lessing se va a vivir a Londres, a un barrio no muy privilegiado, y tiene su primera gata, la gata gris, y luego llega la gata negra, y narra entonces el encuentro entre estos dos animales, su cotidianidad, sus movimientos, sus personalidades que van cambiando y cómo, también, la misma Lessing se va encariñando cada vez más con estas dos gatas que la acompañan en su vida diaria o a ese viaje al campo que hace en un momento, donde ve, además, cómo se conectan con su lado más salvaje, cazando ratones, corriendo al aire libre, consternándose cuando ven a unas cincuenta vacas irrumpir en su campo.

Gatos ilustres es, entre otras cosas, un libro sobre la amistad, sobre cómo un día nos encariñamos con un ser indescifrable y lo hacemos parte de nuestra vida. Y somos felices y sufrimos y nos maravillamos con gestos tan pequeños como cuando se recuestan en el suelo, bajo el sol, y comienzan a lamerse el pelaje en silencio. Nada más, nada menos.

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