Por Marisol García Agosto 26, 2016

Esperanza Spalding: 16 de  septiembre en el Teatro Cariola.

La insistencia en seguir asociando a Esperanza Spalding al jazz —peor: a ser “la princesa del jazz”— nos descoloca. Si su venidero show en Santiago se ajusta al exigente despliegue de su disco de este año (el magnífico Emily’s D + Evolution), lo que despegue desde el escenario del Teatro Cariola será algo mucho más parecido al pop experimental, a una búsqueda en armonías y ritmos que toma ideas de la fusión eléctrica y se abre a la aventura vocal de alguien como, por ejemplo, St. Vincent.

Esperanza Spalding es jazz como pudieron serlo antes en determinados momentos Joni Mitchell o Kate Bush: en abierta curiosidad, también, hacia las libertades del pop y las posibilidades performáticas del canto.

Su trayecto se emancipó hace años de las convenciones de la educación formal —fue considerada una niña prodigio por sus tempranas dotes en la música—, y su decisión de avanzar como compositora, cantante y multiinstrumentista la ha dejado más cerca de una conceptualizadora musical que de una intérprete. Es un dato elocuente que su último disco lo haya producido junto a Tony Visconti, el histórico y último gran colaborador de David Bowie. También Blackstar, la inolvidable despedida del británico, tomaba el jazz como un pulso sobre el cual levantar algo nuevo, personal, narrativo, explorador.

Si escuchar en vivo a Esperanza Spalding ha sido siempre la invitación a una propuesta, hacerlo ahora, tras el más libre de sus discos, es también el atractivo riesgo de entregarse a sus hermosos desvaríos.

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