Por Álvaro Bisama Junio 24, 2016

Un hombre vende alimento para perros. Vive en Ñuñoa, en un departamento donde mira la nada. Mientras, escucha a su vecina tener sexo, pierde hasta la camisa en el garito clandestino de un chino llamado Leng y da vueltas por una ciudad cada vez más sola. Cada tanto, anota en un cuaderno lo poco y nada que le pasa, todos esos detalles nimios que componen su vida, que está repartida entre pequeños gestos sin sentido y la percepción de un mundo de días idénticos, apenas sacudido por la muerte de un amigo, el final abrupto de una relación y el comienzo de otra, que lo cambiará para siempre.

O no tanto. Publicada por Ediciones UDP, Bolígrafo o Los sueños chinos es la última novela de Germán Marín (1934) y, como siempre, resulta ser una excursión en los rituales secretos de un Chile invisible donde aparecen de modo horroroso y procaz el crimen y el sexo como las sombras secretas que definen lo cotidiano. Más contemplativa que otras novelas suyas, Marín acá se concentra en el presente, que describe desde una estética del tedio, acaso como la erótica de una intimidad en permanente devastación.

Esa es la apuesta del volumen, que le saca partido a ese aire enrarecido que Marín sabe captar con maestría, mientras el narrador se pierde en locales de apuestas, es seducido por una viuda, lee viejos libros de Quimantú y sobrevive como puede. Novela de caminatas nocturnas y murmullos inconfesables, Bolígrafo… apuesta por la tristeza sorda de un relato que trata de descifrar el pulso agónico de un país que se está extinguiendo. No hay nostalgia acá sino agotamiento: el sentido de la novela tiene que ver con describir un Chile pálido, hecho de anécdotas triviales, apenas entrevisto en las luces de la modernidad cegadora de la última década.

Esta es una de las obsesiones de Marín, que acá no resuelve desde la violencia (como en Ídola o El Guarén, con las que Bolígrafo… guarda no pocas conexiones) sino en la poesía pasmada de los gestos de las familias rotas, tomando al deseo como una forma de la resignación. En este delicado sosiego, aparece entonces la belleza de un tiempo detenido y las imágenes atroces que capta el narrador, que es apenas un náufrago que ha renunciado a comprenderse a sí mismo y que acepta lo que venga, con una resignación melancólica: “Me prometo comprar una estufa eléctrica, pero no lo cumplo, frío como siento el departamento al llegar de noche, oscuro al abrir la puerta, donde me aguarda el vacío”.

“Bolígrafo o Los sueños chinos” , de Germán Marín.

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