Por Alberto Fuguet Mayo 6, 2016

Una de las curiosidades de la escena cinematográfica nacional es el escaso número de directores/escritores y, por otro lado, la cantidad de asesores de guión o guionistas estrella que trabajan con directorcitos diligentes, aplicados y bien conectados con las redes festivaleras. Quizás es un tic mío exigir esto de ser autor, pero aún así lo admito: quizás lo único que me decepcionó de la notable e inesperada, jugada y observadora Vida sexual de las plantas fueron sus créditos finales. No dice escrita y dirigida por Sebastián Brahm (aunque sí establece que fue producida y hasta montada por él, lo que no está mal, es celebratorio y hasta intriga). Cuando aparecen, casi como una acotación técnica, los responsables del guión, me enteré, como sospechaba, que el guión era suyo, aunque con algunos asesores. Pero da lo mismo: esta es una cinta de Sebastián Brahm de tomo y lomo, con vasos comunicantes con su extraña, misteriosa, quizás demasiado cerebral, fría y no del todo empática El circuito de Román (¿la versión masculina de un díptico?). Pero ya con dos cintas se establece como uno de los autores con más cuento, cuerpo, obsesiones y mirada que han aparecido en mucho tiempo. Incluso Vida sexual de las plantas conecta con su personaje protagónico en la desenfrenadamente misógina y antimachista Soy mucho mejor que vos, de Che Sandoval. Y es que, por un lado, Vida sexual de las plantas (entiendo el título, pero no me mata; quizás Botánica pudo ser una opción) es una cinta muy femenina y, por otro, insinúa —una vez más— lo básicos que pueden ser los hombres. Esta es una comedia sexual entre géneros, pero de comedia tiene poco y es impresionantemente no romántica. Pero sí es empática, melancólica y, tal como Bárbara, la protagonista, es una paisajista, hay algo científico en la mirada. Y lo que ve Brahm es mucho: tal como lo hizo en los 70 la dupla de Paul Mazursky  y Jill Clayburgh en Una mujer descasada (¿es mejor seguir separada y sola o volver a casarse?), acá Francisca Lewin obtiene el rol de su vida y lo acepta y lo muerde. Lewin desea un matrimonio y un hijo con un abogado zorrón, intenso, energético, sexy, pero infantil: Mario Horton en un rol que lo dispara. Pero un tonto accidente lo transforma en algo superior a una planta (en un adolescente de quince, digamos) y las cosas cambian. ¿Se puede convivir con un tipo que ya no es el hombre que amabas? Lo que iba a ser algo tipo Escenas de la vida conyugal se transforma en el retrato de una paisajista flâneur que, como una mosca en día nublado, no sabe mucho dónde ir y choca con las paredes. Francisca Lewin sigue con su belleza a lo Nastassja Kinski, parece tan frágil que puede quebrarse, y en las escenas de sexo por momentos parece una niña, lo que perturba y ayuda a la cinta: ¿es una niña o una mujer? Este delicado film ingresa donde poco filmes dirigidos por mujeres se adentran: al deseo, a la cama, al útero. Y todo con la fineza y belleza y sutileza de alguien que sabe de lo que está hablando. Esta no es la típica cinta latinoamericana ni menos la cinta chilena que gusta tanto afuera. Esto es el retrato de una chica de clase media acomodada que, por un lado, sabe lo que quiere y, por otro, no tiene idea. Y eso es lo que transforma en thriller algo que pudo ser sólo observación. Quizás Brahm podría escribir sin ayuda su próxima cinta y con eso transformarse en el notable autor que ya es, porque algo está más que claro: sí que sabe leer. Pocos, de hecho, leen tan bien a hombres como a mujeres.

“Vida sexual de las plantas”, de Sebastián Brahm.

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