Por Marisol García Abril 22, 2016

Decir grandes verdades sin que el auditor “deje de mover la patita” fue como alguna vez Jorge González definió su motivación como autor. El pop es un vehículo de accesibilidad y sorpresa, atento a su tiempo y a su entorno como pocos géneros creativos. No hay, por lo tanto, contradicción alguna en que Amiga, el disco chileno más provocador en lo que va del año, se presente con ropaje de baile (aunque no exclusivamente), ni que brille y se afine en una producción cuidada, con detalles de cuerdas y percusión que revelan a un autor técnicamente minucioso (en este caso, autoproducido).

A la luz de lo que ya había mostrado en el anterior Rebeldes (2011) podía preverse que el rumbo de Álex Anwandter tomaría en algún momento el derrotero de la observación social, y quizás por ese antecedente el giro parece hoy seguro, propositivo, definitivamente más elaborado que el pozo de eslóganes con los que hoy casi cualquiera califica en el cupo de canción crítica. Hay varios pulsos de provocación en estas letras, que son recurrentes en reflexiones de género, no sólo en abstracto sino del propio autor respecto a sí mismo y la voz desde la que canta. ¿Feminista? Sí. ¿Reivindicatorio? También. Pero es sobre todo la voz del diferente, del excluido, del “raro” o la “rara” necesitados de ser escuchados, la que aquí busca encauzarse (“yo quiero ser un manifiesto / hecho cuerpo”) en once canciones respetuosas de la calidez de la tradición radiable latinoamericana (dos integrantes de Miranda! y la mexicana Julieta Venegas son los más vistosos invitados).

En el camino a una conquista autoral mayor, este es un esfuerzo bien conducido, y es quizá la conciencia de su ambición lo que ha dejado firme y de pie al que por sonido y mensaje puede considerarse uno de los discos chilenos más autoexigentes en años.

“Amiga”, de Álex Anwandter.

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