Por Diego Zuñiga Febrero 12, 2016

Cada cierto tiempo, los norteamericanos descubren a un escritor extranjero y lo ponen de moda. A veces descubren cualquier cosa o la descubren con décadas de retraso —ahora está de moda Clarice Lispector, por ejemplo, quien murió hace casi cuatro décadas—, pero a veces, también, hay que admitirlo, aciertan. Alguna vez lo hicieron con el extraordinario W. G. Sebald, luego con Bolaño, y ahora el nombre que no han dejado de repetir es el de la misteriosa Elena Ferrante, autora de varias novelas geniales, que acaba de llegar a nuestras librerías y ya se metió en el ranking de los libros más vendidos. Lo hizo con La amiga estupenda (Lumen), primer volumen de la saga Dos amigas, que ha sido un éxito en Italia, España y Estados Unidos.

Lo curioso de esta historia es que Elena Ferrante es un pseudónimo, su identidad sólo la conocen sus editores italianos y no sabemos casi nada de su vida: se supone que nació en Nápoles, luego vivió en Grecia, después en Turín y no mucho más. Ha concedido algunas entrevistas, pero evita hablar de su vida privada. Algunos medios han lanzado teorías de quién podría estar detrás de este pseudónimo, se ha dicho que puede ser un hombre o alguno de sus editores, pero nadie ha llegado a comprobarlo. Mientras, Ferrante ha ido construyendo una obra contundente, con novelas protagonizadas por mujeres entrañables, misteriosas, complejas. Comenzó todo en 1992 con El amor molesto, y desde ahí no se ha detenido.

El encanto de las novelas de Ferrante es su facilidad para construir una voz narrativa convincente, cercana, que de pronto, sin mayores preámbulos, nos está contando una historia de manera hipnótica y delicada. En el caso de La amiga estupenda es así: Elena —la narradora— se entera de que Lila, su mejor amiga, acaba de desaparecer. No hay rastros de ella. Recortó las fotografías donde aparecía junto a su hijo, hizo desaparecer todos sus documentos, su ropa, no está, así de simple.

Entonces, Elena la busca. O, mejor dicho, se sienta frente a su computador y comienza a escribir la historia que leeremos, la historia de cómo se hicieron amigas en un Nápoles de los años 50, cuando aún existían resabios del fascismo e Italia trataba de resurgir después de la guerra: “No siento nostalgia de nuestra niñez, está llena de violencia. Nos pasaba de todo, en casa y fuera, a diario, pero no recuerdo haber pensado nunca que la vida que nos había tocado en suerte fuese especialmente fea. La vida era así y punto”, anota Ferrante, quien narra de manera pausada y con mucha sensibilidad la niñez y adolescencia de estas amigas, que tienen una relación tensa, absorbente, extraña. Es la historia de dos niñas que van creciendo mientras se mueven por las calles de su barrio, se enamoran, pelean, sufren y descubren lentamente el mundo.

Se han comparado las novelas de Ferrante con las de Elsa Morante, y es cierto: hay algo que une a las familias que ambas retratan en sus libros. Pero, además, habría que agregar otro nombre: el de Natalia Ginzburg. Hay en Ferrante muchos de los hallazgos con los que sorprendió en su momento Ginzburg: una prosa cálida, una inteligencia aguda, personajes femeninos inesperados, y un talento innegable para reconstruir el pasado y convertirlo en literatura. Elena Ferrante hace eso: toma la vida de dos amigas y la convierte en una novela total: ambiciosa, intensa, casi siempre brillante.

“La amiga estupenda”, de Elena Ferrante.

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