Por Marisol García Noviembre 27, 2015

Qué sentido tendría una discografía que por años avanza por un mismo cauce, para dejar a sus responsables en el mismo lugar en el que partieron. Una exploración musical es confiable cuando afirma su identidad en la búsqueda y el abandono de los dogmas con los que se inició. El salto sonoro entre Voces del rincón, el debut de Matorral hace doce años, y este nuevo Gabriel es llamativo, uno de los más radicales entre los grupos de rock de su generación.

Pero es un mismo sonido, como en planeo, el que hubo entonces y ahora. Partió como una exploración tributaria de la psicodelia, de electricidad distendida y paisajes a veces tupidos, y asciende hoy en un vuelo libre, pero más tranquilo, de timbres bien definidos (con fuerte presencia de piano) y un atrevido trabajo con armonías vocales. No importa si este Matorral es “mejor” que el de antes, pero es innegable que es más conmovedor.

Incluso dentro de la distancia acotada que va del primer al undécimo tema que cierra el disco, las ideas son profusas, como deben serlo en un viaje creativo abierto a lo que la ruta vaya entregando. Despegue in crescendo con sonidos que se ajustan (“Boleta de cambio”), pausa casi a medio camino en un tema sin palabras (“Cierto”), y cierre con la vehemencia de ciertas conclusiones que merecen un tono más dramático (“Transmisión”). Matorral es el tipo de banda que puede desmentir que ya no se justifica el disco como soporte creativo completo, además de mostrar nuevas vías de vuelo para el rock. La contundente conquista de Gabriel va, por eso, incluso más allá de la banda.

“Gabriel”, de Matorral.

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