Por Alberto Fuguet Noviembre 27, 2015

Netflix sigue clavando el dardo al centro de lo que deberían ser las narraciones contemporáneas que nos ayudan a entender quiénes somos o cómo podríamos ser. ¿Razones? Más allá de su poco miedo a dejar a los creadores solos y a tener claro que están en el negocio de las series y no de los filmes, lo cierto es que uno de los posibles motivos por los que están logrando superar la meta de entretener para transformarse en “parte de la cultura pop actual” (las series de Netflix se comentan, se vuelven parte de las redes sociales y eso que aún se llama el boca a boca) es (creo) la opción de lanzar todos los capítulos de una vez. Esto cambia la manera de procesar y consumir las series y —sin duda— de crearlas. Lo he dicho muchas veces: un cuento no es como una novela, y una serie que se pueda consumir como una novela (esas maratones) debe tener una estructura que no sea sólo de una sitcom, sino algo mayor.

Master of None, el salto del cómico-escritor-y-actor de origen indio Aziz Ansari (que logró el estatus de culto en Parks and Recreation) más parece una cinta independiente antes que Sundance transformara lo indie en un rótulo indeseado. O quizás lo justo es tildarla como una comedia romántica masculina. O mejor aun: como una película de los 70 (Woody Allen y Annie Hall, desde luego; Shampoo de Hal Ashby; todo Mazursky) con sus tiempos y calma y aproximación a la comedia sin la histeria de la constante talla. Ansari ha creado una serie inteligente, fina, sofisticada, adulta en su manera de fijarse en adultos-que-usan-zapatillas y capuchones. Ansari es Dev y, tal como Woody Allen, es la estrella adelante y atrás de la cámara.

Pero esto no es el submundo judío de Manhattan sino un grupo multicultural de hijos de inmigrantes (de India, de Taiwán) que desean salir adelante en trabajos ligados a las artes, pero donde no hay mucho arte en juego (comerciales, películas B). Nueva York es la ciudad y, tal como ocurría en esas comedias-de-costumbres, los personajes y el romance (ojo con Noël Wells como una suerte de nieta casi-hipster de Diane Keaton) son tan importantes como escudriñar el ahora. En eso la serie tiene ojos de rayos X (¿por qué nuestras artes narrativas siempre parecen estar diez años atrasadas?). En los 70, la gente iba al cine a verse, a reconocerse, a buscar respuestas para sus confusiones con “la modernidad”. El cine —ese cine— era urgente, al día, clavado en el momento. Master of None es fiel a su título: es acerca de un grupo de treintañeros expertos en nada, que son maestros en consumir y devorar y manejar las redes sociales, pero que son incapaces de elegir o borrar la sensación de soledad o de fracaso que están enfrentando. Acá está la generación Tinder-Pinterest-Twitter-Instagram. Todos conectados, pero ¿unidos?

Más dulce y pudoroso que Girls (mal que mal, esta es una serie masculina y, por lo tanto, más tímida), el mundillo que Ansari crea ya superó la neura, pero aún está lejos de encontrar la calma. La serie es acerca del deseo de encontrar a alguien (y luego: qué hacer con ese alguien), pero no le tiene miedo a sumergirse en temas como la tercera edad, la distancia abismal con los padres, las clases sociales y los temas raciales. Y es de esas series o artefactos culturales que tienen a gente buena, sana, limpia, transparente al centro. Eso se agradece. Y hace que todo termine siendo más complejo.

“Master of None”, por Netflix.

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